Cayetano y Rodolfo López, ‘canillitas’ que todavía resisten el paso del tiempo
Presidente del Sindicato de Vendedores de Diarios, Revistas y Afines, Cayetano López conserva en su local de avenida Del Valle entre 2 y 4 -donde hoy funciona una quiniela- los rastros de una época en la que los canillitas eran parte del pulso cotidiano de Balcarce. Entre recuerdos familiares, bicicletas y tapas amarillentas, revive en una entrevista con El Diario, seis décadas de historia en torno al oficio.
El olor a tinta, a papel recién impreso, ya no domina el aire como antes. Pero algo de aquel espíritu permanece en el local de avenida Del Valle, entre 2 y 4, donde hoy funciona una agencia de quiniela, se venden diarios, algunas revistas y hasta se hacen arreglos de cerrajería. Detrás del mostrador, un gran póster de Independiente domina la pared del fondo, testigo fiel de los años y de la pasión de Cayetano López, quien no necesita presentación entre los vendedores de diarios de Balcarce.
"Mi viejo empezó con el diario y las revistas en el año 60", expresa a El Diario, con una mezcla de orgullo y nostalgia. "Siempre estuvo ligado al Club Ferroviario. Cuando se hizo la losa ese año, el amigo que las hacía, un tal Rivero, le construyó la casilla del kiosco. Estaba en Del Valle y 2. Ahí empezó todo."
Era una casilla modesta, donde los diarios llegaban atados con hilo y olor a madrugada. "Estuvo ahí hasta el 73, pero después no se pudo más. Había muchos robos, todas las noches pasaba algo. En ese tiempo no era como ahora, pero igual se hacía difícil. En el 73 alquilamos este local y nos vinimos para acá. La quiniela llegó recién en el 89 o 90. Hasta entonces era solo un local de diarios y revistas."
DEL TRABAJO EN LA FÁBRICA A LA VIDA
DE CANILLITA
Cayetano no nació en el oficio, pero lo adoptó como herencia natural. "Yo trabajaba en la Metalúrgica Balcarceña, hasta que cerró en el 70. No tenía nada que hacer, así que le empecé a dar una mano a mi viejo. Después se sumó mi hermano Rodolfo, que puso una cerrajería y fuimos tirando, como se podía."
El Sindicato de Vendedores de Diarios, Revistas y Afines -cuya sede se mantiene en calle 14 casi esquina 29- era entonces un encuentro de camaradería. "Éramos como cuarenta socios y las familias también se juntaban. Todos los años hacíamos una fiesta, alquilábamos un lugar y armábamos algo. Hoy no llegamos a diez. Cambió todo, igual que la venta diaria."
Y con esa frase Cayetano parece resumir medio siglo de transformaciones. "Antes se vendía muchísimo. Había revistas de todo tipo: Radiolandia, Para Ti, Gente, El Gráfico, las de tejido, las de novelas. Hoy lo que más sale son las colecciones o las sopas de letras. Desapareció todo eso."
"EL LIBERAL"
Y LOS AÑOS
DORADOS
DEL PAPEL
"En aquella época, el único diario local era El Liberal", recuerda. "Nosotros lo vendíamos, 50 o 60 ejemplares y eso que éramos los que menos vendíamos. La gente lo esperaba, era la manera de enterarse de todo."
Durante años, los ingresos del Sindicato se sostenían con una retención por cada cantidad de diarios vendidos. "Con eso hacíamos fondo, manteníamos la sede. Hoy la tenemos gracias a los alquileres del salón, que se usa para fiestas. Si no, sería imposible. Hasta cambiar las canaletas costó un millón y medio de pesos. Todo cuesta."
Aquel local de calle 14 aún conserva algo del espíritu de los años 70: las paredes llenas de fotografías, una vieja mesa de reuniones y ese aire de institución que resiste con esfuerzo el paso del tiempo.
EL RECORRIDO
DEL DIARIO
El trabajo del canillita se medía en cuadras y madrugadas. "Teníamos muchos clientes a domicilio, sobre todo en los monoblocks de Entel. Ahí vivía mucha gente que trabajaba en la empresa y todos compraban el diario. Cuando Entel desapareció, se fueron los clientes también. Después quedaron algunos de La Nación y Clarín, pero muy pocos. Esa generación del diario papel se está yendo."
Las grandes ventas llegaban en los días de elecciones o cuando había carreras en el autódromo. "En las elecciones, la gente quería saber los resultados mesa por mesa. Y cuando había carreras, los diarios traían la lista de pilotos, los tiempos, todo. Hasta íbamos a vender al autódromo. Hace unos veinte años venían 800 Clarines. Hoy vienen 40 y sobran. Lo que vendía uno solo en esa época, ahora es lo que venden todos juntos."
EL OFICIO Y LA MEMORIA
Cada 7 de noviembre, los canillitas descansan. No hay diarios en los kioscos ni voces que anuncien los titulares de la mañana. Es el Día del Canillita, instituido en honor a Florencio Sánchez, el dramaturgo uruguayo que en 1910 dio vida al muchacho de pantalones cortos y piernas flacas que recorría las calles voceando noticias. Desde entonces, el término se hizo símbolo de un oficio que fue parte del pulso de las ciudades y de la vida cotidiana de generaciones enteras. La fecha, reconocida oficialmente desde 1947, es un homenaje a esos hombres y mujeres que, con su tarea silenciosa y madrugadora, mantuvieron viva la costumbre de leer el mundo en papel.
"Antes Clarín mandaba regalos: capas, bicicletas, cosas para sortear. Ahora, algún saludo a la familia, un mensaje. Pero se acuerdan, eso sí", expresó Cayetano. El oficio, dice, no le dio lujos pero sí amistades, historias y una forma de mirar la vida. "Yo sigo leyendo el diario en papel. Es una costumbre. Me gusta tenerlo en la mano, pasar las páginas. Aunque haya cambiado todo, eso no se pierde."
Un cliente entra al local, juega unos números, se lleva un diario y saluda. Cayetano responde con una sonrisa. En el fondo, el póster de Independiente sigue en su lugar, firme como el recuerdo de su viejo y de tantos canillitas que, como él, repartieron noticias y sueños en bicicleta.
Y mientras el ruido de la calle se mezcla con el murmullo de la quiniela, parece claro que aquel espíritu -el de la ciudad que amanecía al ritmo del papel- todavía encuentra refugio en este rincón de Del Valle 220, donde cada diario que se vende es, de algún modo, una forma de resistencia.
