El Padre David Ochoa y la «increíble experiencia» de viajar como Capellán en la fragata Libertad
El Padre David Ochoa, Capellán de la base naval de Mar del Plata, párroco de Santa María vivió durante cinco meses una experiencia inolvidable, ya que fue designado Capellán del viaje anual de instrucción de la Fragata Libertad, lo que le permitió ser parte de la tripulación de nuestro buque insignia en un recorrido por el océano Atlántico visitando quince puertos de una decena de países.
Todos los años se designa entre todos los capellanes del país quien tendrá la posibilidad de ser el sacerdote que acompañe en el viaje que realiza esta embarcación
Luego de una serie de exámenes de los que participaron gran cantidad de sacerdotes, el Obispo Santiago Olivera, de quien dependen todas las capellanías castrenses del país convocó a mediados del año pasado al Padre Ochoa para dicha misión, la que no dudó en aceptar.
El 17 de agosto fue la fecha de partida de la Fragata, desde el puerto de Buenos Aires, retornando a nuestro país el 25 de enero, fecha en que recaló en el puerto de Mar del Plata después de recorrer 17.000 millas y visitar Brasil, Inglaterra, España, Francia, Portugal , Irlanda y cruzar a Boston, Miami, Puerto Rico, Brasil, Uruguay y finalmente Argentina.
Así como poco antes de su partida el sacerdote dialogó con El Diario para hablar de las expectativas que tenía ante el inminente viaje, ahora, a poco de reencontrarse con la comunidad balcarceña recibió una vez más a este medio para narrar sus vivencias en lo que definió como una «experiencia increíble».
En su caso, no había salido nunca de nuestro país y sus experiencias como navegante se limitaban a algunos viajes muy cortos a bordo de alguna corbeta por lo que tuvo que hacer una preparación previa además de cumplimentar requisitos de salud.
No obstante, confiesa, la partida llegó cargada de expectativas, dudas y ciertos temores, que en poco tiempo se fueron disipando.
En total 275 personas conformaban la tripulación, dentro de los cuales 48 eran guardiamarinas (jóvenes de entre 20 y 25 años) que con este viaje completan su formación profesional incluyendo durante el periplo estudios y exámenes.
El Padre David Ochoa fue el único sacerdote a bordo, la única persona religiosa, por lo que tuvo a su cargo no solo la tarea de celebrar la Misa dominical, sino el brindar en todo momento el acompañamiento a quienes lo requirieran, además de compartir todas las actividades que se realizaban a bordo.
Al consultarle si había un acercamiento de los integrantes de la tripulación a la figura del sacerdote explicó que en los primeros días todo eran expectativas, sorpresa y algarabía ante lo nuevo, pero después del primer mes «fue cuando empezaron a caer en la cuenta de la distancia de la familia, de los afectos. Para muchos era la primera vez de una salida tan extensa y surgía entonces la necesidad de hablar con alguien que fuese prudente y encontraron en mí esa persona. Es más, ellos mismos cuando veían a algún compañero mal le sugerían hablar con el Padre. Hubo momentos en que no me alcanzaba el día para poder charlar con todos».
Dentro del numeroso grupo había varios evangélicos que, comentó, «si bien no participaban de las misas, finalizadas las mismas compartíamos con ellos una pequeña celebración de la palabra compartiendo el Evangelio y finalizábamos con la oración común que es el Padre Nuestro».
LAS LLEGADAS A PUERTO
En cuanto a los diferentes puntos que tocaron durante el viaje manifestó que las llegadas a puerto eran los momentos en que se generaba la mayor ansiedad.
En cada lugar había grandes recepciones y ceremonias.
«La Fragata fuera del país cumple el rol protocolar de embajadora y en cada país nos recibían como tal. Estaba la formación militar personal del consulado, el presidente o vicepresidente, fueron recepciones muy lindas, el mismo día del amarre o al dia siguiente se hacía la recepción por parte de la Armada Argentina y en muchos casos hubo de parte de los consulados el aporte de micros para poder realizar visitas».
Las estadías se extendían entre dos y cuatro días durante los cuales tenían oportunidad de, además de conocer estar en contacto con los lugareños y con argentinos radicados allí. En tanto además la Fragata se abría al público para que pudiese conocerlos.
MOMENTOS MEMORABLES
«Hubo momentos muy emotivos como por ejemplo cuando hijos de argentinos nacidos fuera de nuestro país, tuvieron la oportunidad de participar de un acto durante el cual se hacía la promesa a la Bandera Argentina. Fue conmovedor ver a los chicos extranjeros con la bandera de nuestro país haciendo la promesa como lo habían hecho sus padres», narró agregando que otro hecho memorable fue el vivido en Irlanda donde tuvieron oportunidad de visitar Foxford, un pequeño poblado de campiña en medio de la montaña en el que nació Guillermo Brown.
«Está a bastante distancia del puerto por lo que salimos de madrugada y viajamos varias horas en colectivo. Cuando llegamos nos encontramos con que toda la población estaba esperándonos; se hizo un desfile por las calles que finalizó en la parroquia central donde concelebré misa con el Párroco del lugar. La gente había adornado las calles de celeste y blanco. Vivir eso en un país extranjero y tan lejos de casa fue muy emotivo.
Prepararon un gran festejo en él estaba todo el pueblo. Hicieron una comida típica del lugar una especie de carbonada, con postres tradicionales y hubo también espectáculos musicales y bailes».
SENSACIONES
Al preguntarle qué sintió tanto en el momento de la partida como el de regreso a casa, el sacerdote respondió: «En la zarpada era la inquietud ante lo nuevo por vivir. En mi caso era la primera vez que salía del país y sobre todo con un viaje tan largo navegando, pero entendí que si Dios me había puesto en ese lugar por algo sería. Y el volver lo viví con toda la ansiedad de llegar, de reecontrarme con la familia después de haber pasado tanto tiempo, incluidas la Navidad y el año nuevo en alta mar, y también con el deseo de encontrarme acá con la familia parroquial».
En relación al momento de la llegada a Mar del Plata puntualizó que fue cargado de sensaciones «con muchas lágrimas» ante el poder cada uno estrecharse en abrazos con los suyos, con casos muy particulares como los de algunos tripulantes que fueron padres durante el viaje y en ese momento conocían a sus hijos.
Para el Padre David Ochoa fue una experiencia «única e irrepetible» ya que los capellanes tienen solo posibilidades de integrar la tripulación de la Fragata Libertad una vez en su vida, por lo que atesora esta experiencia como un don de Dios, asegurando que si tuviese oportunidad de repetirla, «no dudaría ni un instante en aceptarlo».