Gustavo Meschino y el laboratorio donde la inteligencia artificial mejora la vida
El ingeniero balcarceño dirige el Laboratorio de Bioingeniería de la Universidad Nacional de Mar del Plata, un ámbito pionero en el desarrollo de tecnologías médicas basadas en IA. Desde señales arteriales hasta análisis de imágenes y control de calidad de alimentos, el LABI apuesta a una ciencia aplicada, interdisciplinaria y comprometida con la comunidad.
UNA HISTORIA DE INNOVACIÓN SOSTENIDA
Fundado en 1991 en la Facultad de Ingeniería de la Universidad Nacional de Mar del Plata, el Laboratorio de Bioingeniería (LABI) nació con una idea innovadora para su tiempo: tender puentes entre la ingeniería electrónica y las necesidades del campo médico. Su creador, el Ing. Fernando Clara, fue pionero en el estudio de la Variación de Diámetro Arterial (VDA), una señal fisiológica que permite evaluar la rigidez arterial de forma no invasiva. Esa línea de investigación fue el germen de una tradición que, con el correr de los años, sumó nuevas miradas, como la de la Dra. Isabel Passoni, quien introdujo técnicas de inteligencia artificial (IA) para potenciar los análisis.
Desde 2018, el laboratorio es dirigido por el Dr. Gustavo Meschino, ingeniero balcarceño con una sólida trayectoria académica y una visión clara: consolidar al LABI como un espacio de producción científica con impacto social. Actualmente, el laboratorio forma parte del Instituto de Investigaciones Científicas y Tecnológicas en Electrónica (ICYTE), una unidad de doble dependencia entre la UNMDP y el CONICET. Bajo esta nueva estructura, el LABI profundizó su perfil: investigación interdisciplinaria, desarrollo de tecnología biomédica, formación de recursos humanos y compromiso con la salud pública.
CONSTRUIR LA IA, NO SÓLO USARLA
Uno de los rasgos que distingue al LABI es su uso temprano, constante y crítico de la inteligencia artificial. Pero lejos de reproducir modas o automatismos, Meschino plantea una diferencia sustancial: "Nosotros no usamos la IA como quien usa ChatGPT para redactar un informe. Enseñamos a construir los algoritmos desde cero. Queremos que nuestros estudiantes generen inteligencia artificial, no que simplemente la apliquen".
Esa construcción se realiza en función de problemas reales, planteados por médicos, biólogos o técnicos del sistema de salud. A partir de allí, se recolectan datos, se desarrollan sensores o dispositivos, se diseñan modelos matemáticos y se entrenan sistemas de IA para ofrecer soluciones posibles.
Un ejemplo concreto es el sistema desarrollado para estimar la edad arterial de una persona mediante sensores colocados en la muñeca. Si esa edad difiere significativamente de la edad cronológica, puede ser una señal de alerta ante potenciales problemas cardiovasculares. "No somos médicos ni diagnosticamos", aclara Meschino. "Pero ofrecemos herramientas que pueden mejorar la precisión del diagnóstico y orientar decisiones clínicas".
UNA CIENCIA DE ENCUENTROS: INGENIEROS, MÉDICOS Y MÁS
La bioingeniería es, por definición, una ciencia del entrecruzamiento. Surge de la necesidad de resolver problemas médicos con herramientas de la ingeniería, y para eso se requiere algo más que saber técnico: se necesita diálogo. En el LABI trabajan codo a codo ingenieros electrónicos, bioingenieros, informáticos y otros profesionales, en interacción permanente con médicos clínicos, cardiólogos, anestesistas, biólogos y docentes universitarios.
La estructura del laboratorio favorece ese intercambio. Allí también se forman nuevos profesionales: estudiantes de las carreras de Ingeniería Electrónica, Informática o en Computación realizan sus trabajos finales en proyectos activos, participando de todo el proceso, desde la hipótesis inicial hasta el desarrollo final del software o el prototipo. "La formación en investigación no se da en el aula, se da en la práctica, en el trabajo en equipo y en contacto con la realidad", señala Meschino.
Desde su creación, el LABI ha centrado parte de su trabajo en el estudio de señales fisiológicas. La VDA, o variación de diámetro arterial, es una de las más relevantes: se mide de manera no invasiva y permite evaluar la rigidez de la arteria radial, estimando la edad biológica del sistema cardiovascular. Esta línea de investigación, iniciada en los años 90, se convirtió en un sello del laboratorio, que ha desarrollado dispositivos, algoritmos y sistemas de inteligencia artificial para su análisis.
Pero no es la única. En colaboración con anestesistas y especialistas en terapia intensiva, se han procesado señales respiratorias obtenidas en quirófanos para optimizar la atención de pacientes críticos. También se han entrenado redes neuronales para analizar imágenes ecográficas y construir indicadores automáticos de oxigenación pulmonar, una herramienta especialmente valiosa en contextos de alta demanda médica, como durante la pandemia o en unidades de cuidados intensivos.
IA PARA CUIDAR EL AGUA, LOS ALIMENTOS Y EL AMBIENTE
El trabajo del laboratorio también se proyecta más allá del cuerpo humano. En el ámbito biológico, el equipo ha desarrollado sistemas ópticos basados en técnicas de láser speckle y biospeckle, capaces de detectar actividad microbiana en muestras de agua o alimentos. Estos sistemas permiten identificar, de manera rápida y no invasiva, la presencia de bacterias, aportando una herramienta innovadora para el control de calidad agroalimentario y la salud ambiental.
Con este tipo de desarrollos, el LABI amplía su horizonte de acción, aplicando las mismas herramientas -datos, algoritmos, sensores- a distintas dimensiones de la vida cotidiana. Ciencia aplicada, en el sentido más literal y concreto del término.
CIENCIA PARA TODOS, COMPROMISO COMUNITARIO Y FORMACIÓN
Más allá de la investigación, el laboratorio también tiene una fuerte presencia en la comunidad. Desde 2004 realiza campañas de promoción de la salud arterial en espacios públicos, escuelas y gimnasios. En colaboración con el Servicio Universitario de Salud de la UNMDP y, desde 2016, con el CEMA, se han realizado miles de estudios no invasivos en la población. En cada jornada se combinan la divulgación científica, el cuidado de la salud y la construcción de conciencia colectiva.
Al mismo tiempo, el LABI es un espacio de formación en múltiples niveles. Sus integrantes dictan materias en carreras de grado y posgrado, dirigen tesis doctorales, coordinan comisiones y participan del Comité de Inteligencia Artificial de la UNMDP, donde comparten saberes con profesionales de otras disciplinas. La formación técnica va de la mano de una reflexión ética: "Hoy los algoritmos tienen un poder enorme. Formamos personas que pueden hacer cosas maravillosas o peligrosas. Por eso también enseñamos a pensar el impacto social de la tecnología", destaca Meschino.
IMPACTO GLOBAL
Con más de treinta años de historia, el LABI es hoy un espacio de referencia nacional. Participa activamente de redes académicas como la Sociedad Argentina de Bioingeniería, establece vínculos con universidades de la región y articula con instituciones del sistema de salud local. Pero su apuesta no es competir en escala con gigantes tecnológicos. Su meta es otra: generar soluciones concretas, adaptadas a la realidad argentina, con impacto real en la comunidad.
"No tenemos los recursos de Google, pero sí podemos ofrecer respuestas locales y formar profesionales comprometidos", sintetiza Meschino. Esa es, en definitiva, la filosofía del laboratorio que dirige: una ciencia pensada desde el sur, con los pies en el territorio y la mirada puesta en el bienestar colectivo.