Una maestra que creció ayudando a otros y hoy acompaña nuevas infancias
Aunque la celebración por el Día del Docente Rural quedó hace unos días atrás, el espíritu de esa fecha sigue resonando en la historia de la docente de San Agustín Graciela Monroy, que hizo de la escuela su segunda casa y que se crió, estudió y enseñó siempre cerca del campo.
La entrevistada no duda cuando le preguntamos cómo empezó todo. La vocación estuvo siempre ahí, incluso antes de saber que eso tenía un nombre. "Yo pienso que mi vocación nace cuando termino la escuela primaria", comienza Graciela. "Se abre justo la Escuela Media N° 2 en San Agustín, "René Favaloro" y siempre estaba ayudando a alguien, a algún compañero que venía del campo o chicos que ingresaban a la secundaria y les costaba. Iban a mi casa y les ayudaba con trabajos prácticos. Los preparaba para rendir en febrero y en diciembre y les iba bien. No sé… para ellos era fácil como yo les explicaba".
Recuerda que los vecinos también llegaban a su casa buscando una mano: "Los ponía a hacer deberes, les enseñaba un poco a leer, que yo tampoco sabía enseñar, pero tenían suerte y aprendían. Siempre andaba con grupos de chicos haciendo algún trabajo para la "Industrial". Primos que venían con compañeros de Balcarce también…".
Al terminar la secundaria tuvo que decidir su futuro. Su primera idea fue veterinaria, pero las dificultades económicas y los viajes hacían imposible continuar. "Entonces hice un año sabático y comencé cursos de apicultura. Me recibí, trabajé y después se dio la posibilidad de viajar con una compañera para estudiar magisterio".
Primero pensó en ser maestra inicial, pero las condiciones laborales de aquel entonces la llevaron a elegir Educación General Básica. "Una vecina, Sandra, siempre me ayudaba. Ella ya era maestra y verla trabajar también me impulsó. Terminé mis estudios y en 2002 me recibo de docente de primero y segundo ciclo".
LOS PRIMEROS PASOS EN LA DOCENCIA RURAL
Su primera suplencia fue corta, pero decisiva. "Enseguida comencé en las escuelas rurales. Empecé en la Escuela N° 37 "Bomberos Voluntarios" en San Agustín, paraje Leite. Después la Escuela N° 47 en Ramos Otero. Seguí tomando escuelas de campo por uno o dos días, por un mes… trabajé en Juan Vincenty, en Tres Esquinas en la Escuela N° 15, y en la EGB N° 11".
Muchos de esos trabajos fueron esporádicos, hasta que llegó algo estable: "En 2004 agarré trabajo en el Centro Educativo Complementario Nº1, en Balcarce. Ya viajaba, así que a la tarde hice la carrera de Inicial en el Instituto".
Luego llegó una suplencia larga que la marcó profundamente: "Fue en la Escuela N° 12, en El Cruce, como suplente de Olga Colella. Allí estuve años, hasta que pude titularizar en la Escuela N° 1 de Balcarce. Después pude traer ese cargo a San Agustín, a la Escuela N° 11, donde vivía".
Nunca dejó de tomar suplencias por la tarde ni de formarse. Y asegura: "Me encantaba. En San Agustín nos conocemos todos. Tengo un vínculo muy bueno con las familias".
LA VIDA EN LAS ESCUELAS RURALES: VÍNCULOS, DESAFÍOS Y ALEGRÍAS
Cuando habla del ámbito rural, su expresión cambia. Hay algo del arraigo: "Será porque yo también me crié en la zona rural, pero siempre me gustó trabajar en estas escuelas. Las matrículas reducidas permiten enseñar de manera más personalizada, el vínculo con la familia es distinto porque los conocés. Algunos también fueron mis alumnos, y ahora tengo a sus hijos. Es muy lindo; se enseña diferente".
La relación diaria con los chicos es un ida y vuelta: "Mis alumnos siempre me enseñan. A veces les digo: '¡Qué buena idea que tenés! A mí no se me hubiera ocurrido'. Ellos vienen con los cambios tecnológicos, con nuevas miradas. Desde que me recibí la sociedad cambió mucho y yo trato de adaptarme".
Cuenta con humor uno de esos momentos: "Hace poco un alumno me dice: 'Seño, yo soy influencer'. Y yo, '¿Y cómo hacés eso?'. Me contó que tenía un canal con la mamá. 'Bueno, me vas a tener que enseñar', le dije. Está bueno, ellos traen esas novedades".
ANÉCDOTAS QUE QUEDAN PARA SIEMPRE
Entre tantas escuelas rurales, hay historias que se vuelven imborrables. Una de ellas ocurrió en Ramos Otero, durante una fiesta de fin de año en 2003.
"Hacían una fiesta a la noche con cena y baile. Yo llevé a mi familia desde la mañana porque había que preparar la escuela. Tenía familiares en una estancia lejana y después del acto se largó a llover torrencialmente. No pudimos salir y me quedé varada con mi familia cuatro o cinco días", recuerda.
La situación se complicó aún más camino a la estancia: "Nos caímos a la cuneta y la policía de Ramos Otero nos sacó y nos llevó en el patrullero. No me olvido más lo que llovió esa noche. Mis padres tenían animales y no podían volver… Hoy lo cuento y me río, pero en ese momento fueron días difíciles".
LA ESCUELA COMO SEGUNDA CASA
Hoy trabaja en la Escuela Nº11 de San Agustín, que desde hace dos años funciona con jornada completa. Eso transformó su rutina: "Estoy desde las 8 a las 16. Es como mi segunda familia. Desayunamos, almorzamos y merendamos en la escuela".
Y fuera del horario escolar, la relación continúa: "Si hago mandados en el pueblo, veo a los nenes jugando. Me dicen 'seño', 'pelu' -acá me conocen así- y los sigo viendo. La escuela es mi segunda casa porque estoy mucho tiempo ahí".
VEINTIÚN AÑOS DE CAMBIOS, APRENDIZAJES Y NUEVAS INFANCIAS
Su reflexión sobre el paso del tiempo es profunda y sincera: "A lo largo de estos más de 21 años de servicio me fui adaptando a estas nuevas infancias. Siempre me capacito, cambio mi manera de enseñar por las nuevas realidades. Reconozco los diferentes lenguajes, habilidades y demandas de cada uno. También aprendí cómo actuar ante nuevas problemáticas sociales".
LO MÁS LINDO DE LA PROFESIÓN
"Lo más lindo es encontrarme con exalumnos que ya tienen hijos. Me saludan, me los presentan… no puedo creer que haya pasado tanto tiempo", dice emocionada.
El paso de las generaciones la acompaña incluso en su propio pueblo: "He tenido a los padres y ahora tengo a sus hijos. Siempre aparece alguna anécdota que nos acordamos de antes. Eso es lindo. También familias de otros lugares que se acuerdan y me saludan".
LAS ENSEÑANZAS QUE QUEDAN
Antes de terminar, deja claro qué desea para todos los chicos que pasaron por sus aulas: "Siempre pongo lo mejor para que mis alumnos la pasen bien, aprendan y puedan defenderse el día de mañana. Que sepan que siempre se puede llegar lejos".
Y una reflexión que resume su forma de enseñar: "A veces pienso que ellos tienen que aprender con alegría, porque es la manera en que salen todos los días sabiendo algo. Cuando están aprendiendo con alegría, todo es distinto".
