“Creí que mi papá se moría y nunca vinieron”
El viernes pasado, una vecina de nuestra ciudad vivió una de esas escenas que, como tantas otras, no llegan a las estadísticas pero quedan grabadas con fuego en la memoria de quienes las atraviesan. Su padre, de 93 años, se desvaneció repentinamente mientras almorzaba en el geriátrico donde reside. “Creí que mi papá se moría. Era como un muñeco de trapo sin voluntad ni capacidad de respuesta”, relató a El Diario. Eran las 11:07 de la mañana cuando hizo el primer llamado al 107, el servicio local de emergencias médicas. Pasaron los minutos. Pasaron dos horas. La ambulancia nunca llegó.
Después de más de dos horas de espera —y con la fortuna de que el cuadro comenzó a revertirse por sí solo— fue ella misma quien lo llevó al hospital, como pudo. “Por alguna extraña razón, y con mucha suerte, ya cerca de las 13 mi papá lentamente entró a la realidad. Empezó a reconocerme y a poder moverse. Pude ponerlo en una silla de ruedas y llevarlo a la guardia. Sí, finalmente lo llevé yo”.
“Llegué como pude. Llegó como pudo”. En la guardia del Hospital Municipal se encontró con otras treinta personas aguardando ser atendidas, y un solo médico recibiendo a cada una de ellas. En ese caos, con angustia acumulada y sin respuestas, comprendió algo más profundo: “Mi viejo tiene 93 años y para este modelo, es el último orejón del tarro… otro viejo más”. Las palabras de esta vecina resuenan con fuerza en una comunidad que hace tiempo reclama mejoras en la atención sanitaria, especialmente para adultos mayores. “No existimos. Para el SAME, para el Hospital, este es el No cuidado del Estado, el No sistema de salud que tenemos”, enfatizó.
El episodio que denuncia no es un caso aislado. Son múltiples los relatos que en voz baja repiten patrones similares: demora en la atención, falta de médicos, colapso de guardias, y una sensación generalizada de abandono. “¿Cuántas personas más vivimos esto en Balcarce? ¿Cuántos vivimos sin respuesta? ¿Cuántos sufrimos el maltrato? Qué vamos a hacer como comunidad. ¿Nos seguimos callando? O intentamos hablar para que esta indiferencia y este abandono cambien. Pongo mi grano de arena. No quiero callarme más”, expresó, con la angustia aún presente pero con la firme decisión de romper el silencio.
Su relato no apunta solo al dolor personal, sino también a exponer una experiencia concreta que retrata lo que sucede cuando los mecanismos de respuesta del Estado no funcionan. La espera, la soledad, la falta de asistencia, la indignación.
El episodio ya pasó, pero deja al descubierto un problema que sigue presente: la precariedad de un sistema que no da respuestas a tiempo. El caso de esta vecina es uno más entre muchas que, en silencio, atraviesan lo mismo.