El eterno amor de Juan y la tierra sigue dando excelentes frutos
Hace años era habitual ver en el fondo de cada casa un espacio destinado a la huerta, incluso en muchos casos junto al «gallinero». Salían de allí gran parte de los alimentos de cada hogar, sanos y económicos.
Esa buena costumbre se fue diluyendo con el paso del tiempo y hoy hasta asombra hallar quintas en domicilios particulares.
La tarea de preparar la tierra, sembrar, cuidar y cosechar, demanda una dedicación y un amor a lo que se hace más que especial que no todos quieren o saben prodigar.
Muchos «mayores» lo saben de sobra porque fue parte de sus vidas.
Y hay entre ellos quienes a pesar del paso de los años conservan ese entusiasmo y fuerzas necesarios para «despuntar el vicio» del contacto permanente con la madre tierra brindándole una atención especial que ella le retribuye con los mejores frutos.
Juan Segundo Ruiz es uno de esos eternos amantes de la quinta.
Con sus casi 99 años (faltan apenas meses para llegar a esa edad) es hoy el amo y señor de un trozo de tierra del Hogar de Ancianos «La Merced», donde reside desde hace cerca de doce años.
Sale del interior del Hogar llevando a cuestas el peso de sus años pero a medida que camina hacia la quinta parece ir despojándose de esa mochila. Cuando apoya sus pies sobre la tierra trabajada rejuvenece. Camina con una firmeza casi veinteañera y sonríe feliz. Está en SU mundo.
En silencio, cada uno de sus días dedica horas al trabajo, que él asegura no es tal sino un pasatiempo, de preparar la tierra, a pala y rastrillo (como corresponde), sembrar las semillas o poner los plantines, cuidarlos a diario hasta que comienzan a dar los frutos que acerca a la cocina del Hogar para que se conviertan en el alimento de los internos.
Haciendo un alto en su labor, Juan con una sonrisa tranquila narró su historia de amor eterno a la tierra.
UNA VIDA LIGADA A LA TIERRA
Chileno de nacimiento, siempre estuvo dedicado a trabajos rurales, con sus jóvenes 22 años decidió probar suerte en nuestro país. Su primer destino fue Río Negro, donde estuvo ocupado en la fruta. Cinco años después el destino lo trajo a Balcarce donde echó raíces.
«Y acá me quedé» señala comentando que estuvo en campos de Los Pinos y en la estancia «El Recuerdo» allá por los años 50 y hasta mediados de los 80 cuando «pasó a retiro» aunque jamás dejó de lado su diario abrazo a la tierra.
Ese romance lo tuvo en el campo, en su casa junto a su familia -hoy goza del afecto de sus hijas, nietos y bisnietos- y lo conserva aún hoy vivo en el Hogar.
«Siempre me gustó hacer quinta. Me gusta hacer algo; me entretengo», afirma ante la atenta mirada de integrantes de la comisión directiva de la entidad que lo alberga y de la enfermera Eugenia Cepeda que con una mirada cómplice desliza que es casi imposible controlarlo. «Cuando puede se va a la quinta y ojo con que alguien quiera irrumpir sobre su territorio, por que ahí desaparece su buen genio», señala entre sonrisas y el callado asentimiento de Juan.
AUTODIDACTA
«Todo lo aprendí por cuenta propia y por voluntad» asegura afirmando que no siente cansancio cuando de estar en la quinta se trata. En esta época apenas despunta el sol se lo ve salir rumbo a «su» territorio y con el correr de las horas, pese al calor no deja su tarea.
«Siembro todo lo que se puede, acá todo es natural, sin agroquímicos ni nada de eso, lo que se cosecha se usa acá» sentencia para agregar: «Esta es mi felicidad., no me imagino sin hacer lo que hago. Voy a seguir mientras pueda».
Lo entristece que se pierda la costumbre de cultivar las propias verduras y frutas, mientras mira los surcos de los que comienza a aflorar nuevas plantas dice: «Ojalá se conserve el hábito de cultivar. No hay que tenerle miedo a la tierra y al trabajo».
Con ese sabio consejo cierra la charla. Es hora de volver a la quinta……