Cobramos $70.000 cada dos meses y con eso no se puede vivir”
Ramón y Roberto pasan sus días en el basural, pero no como cualquier vecino: allí trabajan, revuelven residuos y sobreviven. Como ellos, otras seis personas se desempeñan en la planta de reciclaje en condiciones que rozan lo inhumano: perciben ingresos irregulares de apenas 70 mil pesos y, en muchos casos, deben llevarse comida en mal estado a sus casas para alimentar a sus familias.
Ramón tiene seis hijos. Relata con resignación que muchas veces se sienta a la mesa sin probar bocado: “A veces tengo que elegir entre comer yo o dejarles la comida a los chicos. Es así”. Su compañero, Roberto, lo resume con números: “Cobramos $70.000 cada dos meses y con eso no se puede vivir. Es menos de $1.000 por día”.
Ambos forman parte de una protesta que mantiene paralizado el funcionamiento de la planta. Denuncian el abandono total del lugar, el deterioro de las maquinarias y la indiferencia de las autoridades municipales.
UN RECLAMO QUE NO ENCUENTRA RESPUESTAS
La planta, ubicada en las afueras de la ciudad, se encuentra tomada por los trabajadores. Los camiones no pueden ingresar, y los residuos comienzan a acumularse en distintos puntos del distrito. A pesar del impacto que esto genera, los trabajadores aseguran que aún no fueron recibidos por ninguna autoridad.
“Nos prometen que van a venir a arreglar las máquinas, pero siempre es la semana que viene”, expresó Roberto en declaraciones a Radio Puntonueve. Los manifestantes reclaman una audiencia con el intendente o con el secretario de Planificación de Obras Públicas, Gustavo Torres. “Llevamos semanas esperando”, aseguran.
SIN PROTECCIÓN NI ESTABILIDAD
Otro de los puntos que remarcan es que no forman parte de la cooperativa que gestiona el predio, lo que los deja fuera de cualquier esquema de protección laboral. Trabajan sin contrato, sin seguro y sin garantías mínimas. Todo lo que tienen es la promesa de un pago mensual —que a veces se estira a bimestral— y lo poco que logran rescatar de entre los desechos.
“A veces saco un pedazo de carne que se puede lavar y hervir, algo de pan o lo que aparezca para los chicos”, cuenta Ramón. “Si tengo que comer alitas o fideos, es lo que consigo”.
UN RECLAMO DE HUMANIDAD
“No estamos pidiendo mucho. Queremos trabajar, tener un sueldo digno y que nuestros hijos puedan comer”, resume Ramón con crudeza. La protesta sigue firme y los trabajadores sostienen que no se moverán del lugar hasta ser escuchados.
Mientras tanto, las condiciones en el basural empeoran, el conflicto se profundiza y las autoridades siguen en silencio. Para quienes trabajan allí, cada día que pasa sin respuestas es una batalla contra el hambre y el olvido.