Irma, la vecina que cumplió 99 años rodeada de sus seres queridos
Hace una semana, Irma Trivella cumplió 99 años y los celebró con un gran festejo familiar al que concurrieron alrededor de cincuenta parientes, entre los que había hijos, nietos, nietos políticos y hasta 15 bisnietos. Así es, cuatro generaciones celebrando su casi centenario entre anécdotas, risas, brindis y fotos del recuerdo. Es que Irma, que camina las calles de nuestra ciudad desde pequeña, supo construir una gran familia que hoy la acompaña y celebra su vida.
Irma nació el 30 de septiembre de 1924 en Padova, una ciudad ubicada al norte de Italia, cuando ella tenía solo cinco años de edad, su familia viajó hasta Balcarce a buscar un nuevo porvenir, el resto es historia. Y que mejor narradora que su protagonista, quien le abrió las puertas a El Diario para contar parte de su vida. «Me acuerdo toda mi vida vivida allá, las calles, la casa de mi abuela, la iglesia. La casa de mi abuela era grande, rústica pero grande. Tenía doble piso, en la parte de arriba estaban los dormitorios. Tengo la imagen del sol de la tarde entrando por las ventanas y del otro lado se veía el campo, eran unas cuantas hectáreas. Mi abuela me llevaba al jardín que tenía atrás, que estaba alambrado porque uno de mis tíos tenía caballos», recordó Irma con lujo de detalles, sobre su vida de niña en la casa de su abuela.
SU VIDA EN ITALIA
«Los domingos de verano salíamos con mi mama y mis primas a misa, cruzábamos un puente cerca de nuestra casa, por debajo pasaba un arroyo. El día a día en la casa de mis abuelos era una vida sencilla. Jugaba con mi primo, que tenía mi edad, mientras mis abuelos juntaban la ropa de la semana, con tachos grandes que dejaban afuera para que se seque. Mi tía era modista, ahí juntaba la ropa blanca y de color, ella tenía un tamiz a la que le echaba ceniza, lo dejaba en remojo, al otro día sacaba esa agua y ponía jabón derretido para lavar. Se iban con mi abuela hasta el arroyo con una tabla y junto con ella lavaban la ropa. Esos detalles no me los olvidé nunca», relató Irma. Porque más allá del paso del tiempo, Irma goza de una memoria sorprendente. Cada vez que recuerda a su Padova querida se le llenan de brillo los ojos y se le dibuja una sonrisa.
EL VIAJE A ARGENTINA
En 1929, antes de que Irma cumpliera los cinco años, su familia decidió emprender el viaje hacia Argentina - primero su padre y luego Irma junto a su mamá- embarcados en el trasatlántico «Giulio Césare». El puerto de Buenos Aires recibió un aproximado de seis millones de inmigrantes europeos entre 1860 y 1930, gran parte de ellos, italianos. Barcos desbordantes de personas de todas las nacionalidades abandonaron sus países de origen en busca de un futuro mejor para sus familias.
«Todos mis tíos vinieron a saludarnos, se pusieron en fila y le di un abrazo y un beso a cada uno, mientras me ponían plata en una bolsita que me había tejido una de mis tías. Recuerdo que todos me abrazaban y lloraban al despedirnos, esa fue la última vez que los vi. Cuando fuimos a la aduana, nos quedamos un tiempo largo esperando embarcar. Había una sala grande, en donde entraba todo el sol de la tarde. Toda la gente estaba sentada alrededor. Mi mamá estaba a un costado y yo me escapaba porque quería ver el barco, estaba ahí, pero estaba retirado del muelle. Mi mamá se asustaba cuando yo me escapaba porque tenía miedo que me robasen», relató Irma sonriendo.
«Cuando finalmente el barco se acercó al muelle empezamos a ir, uno de mis tíos nos acompañó hasta el barco. Por allá veía que empezaron a cargar baúles y en uno de esos estaban los de mi mamá, que eran grandes, llenos de ropa, ollas de cobre, cucharones, hasta una máquina para hacer café se había llevado. A la media tarde bajaron la madera para que podamos subir y nos sentamos cerca de los ojos de buey (ventanillas). El viento hacia que el agua entrara por las ventanillas, por eso cada tanto venía una señora a limpiar el piso. Para distraernos, junto con otra nena que conocí en el barco nos escapábamos a la parte de arriba cuando el supervisor no nos veía. Había muchos bancos y una pileta, ahí viajaba la gente adinerada. Cuando el supervisor nos encontraba nos gritaba en italiano ‘¡via, via piccolina!’ (¡fuera.. fuera, pequeñita!)», relató Irma entre las risas de sus hijos y su nuera, quienes la acompañaron durante toda la entrevista. «El viaje fue maravilloso, aún lo estoy viendo, no tenía cinco años pero aún tengo esa imagen en mi cabeza», agregó.
PRIMEROS AÑOS EN BALCARCE
«Llegamos a Buenos Aires y nos quedamos dos días en el Hotel de los Inmigrantes. Al segundo día nos llevaron a la estación del tren, cargamos todo y salimos para Balcarce, ahí nos esperaba mi papá. En la estación de acá no había nada, estaba todo pelado. Que alegría me dio cuando nos pasaron a buscar en un coche Berlina, qué contenta estaba cuando vi ese auto. Mi papá cargó los baúles y nos metimos en el pueblo, ahí ya se empezaban a ver los primeros ranchitos. Alquilamos una casa en 31 entre 28 y 26, lo único que había era un camino de piedra que bajaba del cerro y un almacén enfrente. Mi papá consiguió trabajo enseguida en la estancia «Ojo de Agua», ahí trabajó hasta que logró comprar un terreno en la calle 26 entre 35 y 37. Ahí me crié, la casa era grande, tenía un corredor largo y afuera una pileta para bañarnos en verano, qué alegría. Teníamos dos jardines, uno de cada lado de la entrada. Siempre fui una loca por las flores, me encantaban», contó con una sonrisa Irma, que en su casa cuenta con un gran jardín, con muchas variedades de plantas las cuales cuida con mucho amor, como cuando era una niña.
«A los 15 años terminé la escuela y empecé a buscar trabajo. Me habían dicho que una tintorería buscaba una chica así que fui. Ahí me atendió quien fue mi marido años después. Irma y Rafael Jurado se pusieron de novios al poco tiempo, su padre no estaba de acuerdo, pues era muy chica, pero poco se puede hacer frente a la fuerza del amor. «A los 20 finalmente me casé, con el permiso y la firma de mis padres, y a los 23 tuve a mi primer hijo». Irma hoy cuenta con una familia numerosa, acompañada por sus cuatro hijos - tres varones y una mujer - once nietos y quince bisnietos.
Irma siempre amó a Argentina, pero también a su país natal, tanto es así que nunca quiso hacerse ciudadana argentina. «Me siento argentina e italiana, el castellano lo aprendí de muy chica, nunca nadie se dio cuenta que era «gringa». Ni siquiera los chicos con los que jugaba, siempre hablé perfectamente bien el español», comentó. «Mi mamá por otra parte nunca quiso aprender el idioma y por lo tanto no tenía con quien hablar, le costaba relacionarse. Ella me decía que quería confesarse en la iglesia, porque era muy católica, pero no encontraba la forma de hacerlo. Uno de mis hijos, que era conocido de un cura de la capilla, Antonio Rybar, llevó a su abuela con el Padre para que pudiera hablar con ella. Charlaban durante horas, eran los momentos en donde podía desahogarse y contar su historia de vida».
A pesar de que Irma no volvió a su casa en Italia, aún guarda en su memoria la historia de sus primeros años de vida, como no queriéndose desprender de esos recuerdos que le traen tanta alegría. Hace unos años, Irma tuvo la posibilidad de visitar el antiguo barco en el cual viajó desde su ciudad natal hacia Buenos Aires. «Mi nieto Martín me llevó a Buenos Aires, ay cuando vi el barco! Le digo, ‘Martin mirá el barco… ¡el barco!’» contó Irma, y se le volvían a llenar de vida sus ojos. «Que emoción volver a ver a ese barco, cuando vi la cama tal cual estaba me acordé de todo lo que pasé en ese viaje, nunca me lo voy a olvidar», concluyó.