Notable repercusión tuvo en las redes sociales una investigación que involucra a un balcarceño
El pasado miércoles 11 de este mes se celebró el Día Mundial de la Enfermedad de Parkinson. Por tal motivo, la reconocida periodista científica Nora Bär, de LA NACIÓN, publicó una nota relacionada con el tema, siendo uno de los responsables de la investigación el doctor Adolfo M. García, especialista en neurociencias del lenguaje, quien además es investigador del CONICET y director científico del Laboratorio de Psicología Experimental y Neurociencias (LPEN) en el Instituto de Neurociencia Cognitiva y Traslacional (INCYT, unidad que depende del CONICET, la Fundación INECO y la Universidad Favaloro).
Dicho artículo tuvo más de 17 mil «me gusta» en Facebook y más de 525 comentarios, todos favorables, además de ser compartido cerca de 9 mil veces.
«La repercusión realmente ha sido tremenda, al menos para lo que uno está acostumbrado», comentó García a El Diario desde el Reino Unido, donde se encuentra ofreciendo una serie de conferencias y talleres en las Universidades de Durham y Cardiff. «En la primera de ellas estoy tratando temas dentro de la neurociencia de la traducción y en la restante recorro diversos temas sobre la base neurológica del lenguaje», agregó.
TEST PARA DETECTAR EL PARKINSON
Los trabajos del equipo de García, basados en evaluaciones de comprensión de textos, podrían contribuir a la caracterización temprana de la enfermedad de Parkinson y al diseño de intervenciones para el tratamiento de la dislexia a través de un programa de actividad física con videojuegos.
Para llegar a estos desarrollos, el equipo encabezado por García y Agustín Ibáñez, del INCYT, partió de la idea de que la relación entre el lenguaje que alude al movimiento y los circuitos motores puede ser tan íntima que puede ofrecer claves respecto del nivel de deterioro cognitivo en pacientes con patologías motoras.
Empezaron por enfrentar el desafío que plantea un artificio habitual en este tipo de estudios. «Está bien establecido que cuando uno usa o comprende vocablos de movimiento, no solo utiliza circuitos del lenguaje, sino también las áreas motoras del cerebro –explica García–. Es decir, si uno escucha la palabra «saltar», de modo aislado, se activan sus áreas motoras como si en efecto saltara. Pero cuando investigamos esos temas nos encontramos con una limitación: intentamos explicar cómo funciona la cognición humana en condiciones que solo existen en el laboratorio. Por ejemplo, le presentamos al sujeto 200 palabras sueltas y le pedimos que presione un botón cada vez que ve una con determinada característica. Eso es muy útil para averiguar algunas cosas, pero es totalmente diferente de lo que ocurre en la vida real. Entonces, la gran pregunta es hasta qué punto lo que vamos descubriendo nos dice verdaderamente cómo opera la cognición en contextos más naturales». Y completa Ibáñez, «Tal vez por eso a las neurociencias les cuesta tanto replicar y predecir sus resultados, porque estudiamos una cognición anómala, que solo existe en el laboratorio».
El uso cotidiano del lenguaje implica un contexto, una concatenación de información en un marco de coherencia y cohesión textuales. Pero cuando intentan utilizar textos más «naturales», los investigadores se encuentran con que ya no pueden controlar todas las variables. «Si uno simplemente toma dos textos reales, sin manipular, y observa que los sujetos responden a ellos de modo diferente, no hay forma de explicar a qué se debe es diferencia, pueden ser millones de cosas», destaca García.
Para sortear ese obstáculo, decidieron diseñar textos (uno con alta cantidad de verbos de movimiento y otro neutro) que a ojos de los sujetos de investigación parecen absolutamente naturales, pero que en realidad están perfectamente controlados de acuerdo con más de veinte variables (entre ellas, cantidad de oraciones, factores léxicos, legibilidad, contenido emocional...)
Luego, les pidieron a dos grupos de pacientes con Parkinson (16 con deterioro cognitivo leve y su grupo control, y 24 sin deterioro cognitivo, también con su grupo control) que leyeran los textos y respondieran un cuestionario.
Marcadores tempranos
El resultado fue notable: «Los pacientes del primer grupo mostraban menor comprensión en diversos aspectos de ambos textos, pero solo las dificultades para comprender las acciones de los personajes fueron independientes de su nivel de disfunción cognitiva general –precisa García–. Es más, el hallazgo principal fue que en los pacientes que no presentaban deterioro cognitivo general surgieron déficits selectivos en la comprensión de las acciones descriptas en el texto motor (su comprensión de otros tipos de información textual fue similar a la de los controles). La precisión de esta prueba rondó el 84 por ciento».
Según explica el científico balcarceño, esto permite pensar que el lenguaje de acción podría constituir un marcador temprano de una afectación motora, como las que caracterizan al Parkinson o la enfermedad de Huntington. De hecho, en investigaciones previas, García e Ibáñez demostraron que la comprensión de acciones surge en sujetos en riesgo de desarrollar una enfermedad motora genética, como el Huntington, antes de desarrollar síntomas visibles.
Moverse para leer mejor
Los autores no se detuvieron allí, sino que avanzaron con otra pregunta mucho menos abordada: si existe un vínculo tan íntimo entre los sistemas motores y la comprensión de acciones, ¿es posible mejorar esta última habilidad mediante el entrenamiento corporal sistemático?
Tal el tema de un segundo trabajo, que se publicó en Scientific Reports, una revista del grupo Nature, en el que analizaron si es posible mejorar la comprensión de ciertos textos (similares a los que se emplearon en el estudio de Parkinson) con una actividad corporal lúdica y cotidiana. Reunieron a 20 chicos con dislexia, un trastorno del desarrollo que afecta las habilidades de lectura y también puede afectar varios niveles del lenguaje. Comprobaron que tenían dificultades en la comprensión de narraciones con alto y bajo contenido motor, y luego los invitaron a participar de un protocolo de entrenamiento de 90 minutos diarios durante nueve días, en los que jugaban con videojuegos inmersivos en la consola Nintendo Wii.
Al final de este período en el que los chicos bailaban, saltaban y se agachaban, volvieron a evaluar su comprensión textual. Los resultados mostraron que habían mejorado específicamente la de las acciones en las historias con alto contenido motor, y que este efecto no se debió a un incremento en otras capacidades cognitivas, como la memoria de trabajo. Otro grupo de chicos que realizaron un protocolo similar, pero con videojuegos que no exigían actividad corporal sostenida no mostraron ninguna mejora.
«En pocas palabras -sorprende García-: mover el cuerpo nos ayuda a comprender las acciones ajenas en textos naturalistas».
