Iván Cuenca, de expedición en Península Mitre, en el verdadero fin del mundo
Resultó ser un periplo inolvidable. Fue una aventura que se convirtió en una experiencia que le durará toda la vida.
Iván Cuenca cumplió uno de sus sueños, junto a su primo José Luis Cipoletti, de Necochea: recorrer la península Mitre, una región de 3.200 kilómetros cuadrados de superficie ubicada al sureste de Tierra del Fuego en lo que se considera el lugar más inhóspito de la provincia austral, debido a la complejidad de su geografía, el clima hostil y las dificultades de acceso.
Pero ese sitio tiene la particularidad que es el de mayor captura de carbono de nuestro país (almacena según un estudio 315 millones de toneladas métricas de carbono), por lo que resulta una pieza clave de mitigación frente al desborde de emisiones mundiales de dióxido de carbono y otros gases de efecto invernadero, principales causantes del calentamiento global.
Sus aguas representan la unión de dos océanos, el Pacífico y el Atlántico, que generan un frente productivo en donde habitan, migran y se alimentan distintas especies en estado vulnerable o en peligro de extinción. Además, se encuentran en la zona vestigios de la cultura Haush, evidencias de más de 500 naufragios, e infinidad de especies de flora y fauna marina y terrestre.
Cuenca, ingeniero agrónomo comprometido con el cuidado ambiental, participó de una expedición inédita hecha a pie, con su primo, que se extendió por espacio de 25 días por esa zona inhóspita y virgen, donde no vive nadie o casi nadie, mejor dicho. Allí permanecen unas muy pocas personas que han elegido este particular modo de vida.
Incomunicación total, hostilidad climática, aridez en el camino, escasez de alimento. Estas y otras contingencias no detuvieron a los expedicionarios que ya en julio del año pasado tomaron la decisión de comenzar con la planificación del viaje.
UN DESAFIO INCREÍBLE
¿Dormir en una carpa, o en una bolsa térmica, o en un precario refugio, sin bañarse? ¿Tomar agua de turba? ¿Cruzar los fríos ríos y los acantilados? Estos y otros interrogantes no detuvieron a Iván que, con los conocimientos de su primo (ya había hecho la expedición), decidió encarar ese desafío increíble.
«Hubo un tiempo prolongado de preparativos, detalles y realidades. No nos podía detener ni el frío, el viento ni la lluvia. Y también tratamos de aumentar de peso lo más posible», comentó Cuenca a El Diario.
Cuerdas, mosquetones de seguridad, elementos para actuar en caso de emergencia, sales de rehidratación, carpa, bolsa de dormir, interiores térmicos, guantes y prendas de vestir cuidadosa y exigentemente elegidas, sumado a la comida, ocuparon las mochilas de 20 kilos con las que cada uno convivió en la travesía.
«El 28 de diciembre iniciamos la expedición sobre la península Mitre, desde el destacamento Moat, donde no hay senderos y si algunos refugios, ubicados sobre la costa. Previamente habíamos enviado tres cargamentos en veleros particulares, con provisiones, que dejaron en sitios predeterminados para abastecernos cuando llegáramos», relató.
Los nervios y las ansias quedaron allí. Fueron 25 días indescriptibles, de sensaciones únicas en medio de la soledad y el silencio. «En la península Mitre viven muy pocas personas, 5 de ellas en un puesto de la Armada y otras 3 en refugios. Son quienes más conocer el lugar», señaló.
Los inmensos turbales y bosques fueguinos, como una inmensidad de especies de flora y fauna marina y terrestre, atravesados por historia de naufragios y navegantes, no dejaron de sorprender a Iván y su primo a cada paso.
«Uno actuó de manera responsable en un terreno difícil de transitar, con bosques y vegetación cerrada. Arboles en crecimiento, ñires, coligües o lengas, te frenan para avanzar. Todo el lugar está en su grado más prístino, inalterable, puro. Hermoso lugar. Pero hubo cuestiones que me llamaron la atención en lo ambiental y es la gran cantidad de castores, que provocan un grave daño a los árboles. Son verdaderos depredadores que provocan inundaciones, dejando sin provisión de oxígeno a las raíces», detalló.
Pero no fue la única. También lo sorprendió la presencia de una importante cantidad de vacunos y caballos salvajes, pingüinos, guanacos, lobos marinos, orcas y elefantes marinos, entre otras especies.
Las caminatas diarias eran lentas no solo por el terreno en que se desplazaban sino también por el peso que llevaban en sus hombros. «En los turbales te vas hundiendo permanentemente y los ñires y/o cohíues, casi impenetrables, te hacían más dificultoso el tránsito. A veces avanzábamos dejando de lado lo que marcaba el GPS y nos guiábamos siguiendo los intrincados meandros de los ríos, entre ellos el López y Carbón, que cruzábamos constantemente», subrayó Iván.
FIN DE AÑO DIFERENTE
Una jornada que nunca se le olvidará al balcarceño fue la del 31 de diciembre. Caminó durante 7 horas con el agua, fría, por encima de las rodillas, hasta llegar al refugio Rancho Lata.
«Mis pies -recordó- eran dos bloques de cemento. No tenía sensibilidad en los dedos. Otra día particular fue la marcha hasta la naciente del río Blondpland. Llegamos hasta allí después de atravesar la Cordillera de los Andes por un turbal interminable en medio de la lluvia, el intenso frío y el fuerte viento. De repente, todo entró en calma. Solo escuchaba mi respiración y el crujir de mis botas hundiéndose en la turba».
El objetivo de llegar al punto establecido cada día dominaba su pensamiento. Hubo marchas que se extendieron entre 10 y 12 horas. «Eran momentos de profunda reflexión, de encuentro con uno mismo en medio de un clima cambiante», señaló.
Uno de los momentos de mayor riesgo, vivido con intensidad, fue aquella mañana en que Iván y José Luis, estando en el refugio Rancho Valentino, decidieron ir a buscar las provisiones que estaban en una playa marcada por el GPS, a unos 1.500 metros.
Era una jornada de sol y poco viento aunque de repente todo cambió. Cuando trepaban por una prolongada restinga, empinada, apareció una nube de granizo, acompañada por un fuerte viento. «Estábamos agarrados de piedras pequeñas y raíces para no caer al agua de espalda. Fue un momento bravo, de mucho riesgo», manifestó.
Los tres días en el refugio Rancho Valentino tuvieron lo suyo. En una construcción de 3 metros por 2,5, apuntalada con maderas y sogas de barco, Iván y su primo se cubrieron de un temporal de agua y viento.
Además hubo otros sorprendentes y agradables en un sector de playa, luego de atravesar el río Policarpo. Contó Iván que en 2018 se encontró en ese sitio un tesoro compuesto por vajilla inglesa de comienzos de siglo XIX que transportaba uno de los tantos barcos hundidos. Fue su primo quien observó algunos de esos «tesoros» esparcidos por la arena como también barriles de cemento que se utilizaban como lastre
- ¿Qué te dejó en lo personal esta experiencia?
- Desde el primer momento mi primo me dijo que península Mitre era un lugar que merecía que visitara. Es un lugar majestuoso. Repetiría la expedición aunque me gustaría disfrutar más tiempo cada lugar, teniendo un objetivo relacionado con el medio ambiente y su cuidado. Entiendo que se hace necesario que se preserve ese sitio.
MISTERIOS SIN RESOLVER
Península Mitre está repleta de misterios marítimos sin resolver. Iván Cuenca fue protagonista, acompañado por su primo, de una historia única, colmada de paisajes de ensueño y desafíos en uno de los lugares más vírgenes, remotos y solitarios sobre la faz de la tierra.
Resistió durante 25 días las duras agresiones del clima. Vivió una aventura única y fuerte, desde distintos niveles que uno se pueda imaginar.
Este aventurero balcarceño, a lo largo de más de más de 450 kilómetros, se enfrenó a múltiples obstáculos naturales que pusieron a prueba su coraje, tenacidad, resistencia física y, sobre todo, su fortaleza mental.
Por eso no dudó en el final de la entrevista en asegurar que aceptaría otro viaje igual como también que la Península Mitre debe ser protegida sin más demoras.