Entre abrazos y aplausos Nito Lezcano se despidió de "La Pasión Viviente"
Tras años de trabajo, emoción compartida y profundas transformaciones artísticas, el director de teatro «Nito» Lezcano cierra una etapa más que exitosa en uno de los eventos culturales y religiosos más significativos de la ciudad. Con la convicción de haber dejado el corazón en cada función, dice adiós entre aplausos, emoción y gratitud colectiva. En diálogo con El Diario, el director habló sobre los desafíos que le tocó sortear y realizó un emotivo recorrido por la obra y su legado.
ORÍGENES DE LA PASIÓN
La Pasión Viviente nació en 2014, impulsada por el entonces párroco de la Parroquia Santa María, padre Pablo Boldrini. La propuesta surgió como una necesidad espiritual y cultural: acercar el relato de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo de una manera viva, conmovedora y accesible para toda la comunidad.
Desde sus primeras ediciones, la obra se destacó por su combinación de música folclórica, teatro popular y danza, proponiendo un lenguaje artístico que hablaba directamente al corazón de los balcarceños. Con el correr de los años, se consolidó como una de las tradiciones más esperadas de Semana Santa, realizándose en el cerro El Triunfo y convocando tanto a creyentes como a quienes encontraban en ella un espacio de reflexión y encuentro.
En 2021, tras una serie de cambios organizativos, la conducción de la Pasión necesitaba renovarse. Fue entonces cuando el sacerdote David Ochoa, en conjunto con la subsecretaría de Cultura, decidió convocar a «Nito» Lezcano, reconocido director teatral de la ciudad, para liderar la nueva etapa.
UN LLAMADO INESPERADO
Cuando recibió el llamado de Cultura para reunirse con el padre David Ochoa, nunca imaginó que de esa charla surgiría una de las etapas más intensas y emocionantes de su carrera. «La realidad es que fue una sorpresa enorme. Hacer algo que ya tenía historia, que la gente conocía y amaba, era un desafío tremendo. También estaba la incertidumbre de cómo iban a aceptar una nueva cabeza, una nueva visión», recordó el director.
Su llegada implicaba imprimir un nuevo enfoque a una obra ya instalada en la identidad local. «Yo sabía que cada director pone su propia mirada, su manera de contar. Y eso genera resistencias, cambios que cuestan. Pero también entendí que era una oportunidad hermosa para sumar algo propio, desde el amor y el respeto.»
La propuesta lo encontró preparado: años de experiencia en teatro comunitario, sensibilidad artística y una convicción profunda de que el arte debía servir para acercar a las personas, no para alejarlas.
EL PESO DE REPRESENTAR LO SAGRADO
Asumir la responsabilidad de adaptar y representar uno de los relatos más importantes para la fe cristiana fue un peso que sintió desde el primer momento. «No estamos hablando de cualquier historia. No es una ficción. Es la historia de Jesús. Y eso te marca», afirmó.
Sabía que no bastaba con hacer una buena puesta en escena: había que transmitir algo más profundo, algo que llegara al corazón de las personas.
«La obra tenía que ser efectiva artísticamente, claro, pero no podíamos perder de vista lo más importante: la emoción, la conexión con la fe, con la esperanza. Yo siempre digo que el arte tiene que tocar el alma, como cuando uno ve la Capilla Sixtina: ahí hay arte, pero también hay fe».
Lezcano destacó que su desafío fue siempre pensar la obra desde la comunión entre lo artístico y lo espiritual: «No era hacer algo frío, técnico. Era ponerle corazón a cada escena. Hacer que el público, creyente o no, sintiera algo real, algo verdadero».
UNA COMUNIDAD QUE ABRAZA
Más allá de la dirección encontró en la Pasión Viviente un verdadero hogar, una red de afectos que fue creciendo año tras año.
«La corriente te arrastra», dice con una sonrisa. «Al principio cuesta entrar, claro. Uno viene de afuera, trae otras ideas. Pero cuando ves cómo todos —los chicos, los grandes, las familias enteras— se entregan a esto con el alma, no te queda otra que dejarte llevar».
La Pasión no es solo una obra: es una construcción colectiva, un acto de comunidad. Padres e hijos actuando juntos, abuelos ayudando con los vestuarios, amigos preparando escenarios improvisados en tardes calurosas.
«Hay un espíritu muy fuerte. Es una gran familia. Y eso te sostiene en los momentos duros, cuando el cansancio o las dudas aparecen».
Recuerda especialmente los ensayos previos a cada función, las oraciones colectivas antes de salir a escena, y las emociones compartidas después de cada representación. «No hay forma de describir lo que se siente cuando al terminar, ves a toda esa gente abrazándose, llorando de emoción, agradeciendo. Eso es impagable».
INNOVACIONES Y TRANSFORMACIONES
Desde su llegada supo que era necesario introducir cambios para potenciar la propuesta artística de la Pasión. Uno de los principales fue concentrar la acción en el escenario del anfiteatro, para lograr mayor continuidad dramática y una mejor visualización para el público.
«Antes todo estaba muy separado. Cada escena era como una isla. Yo quise que todo pasara frente a los ojos de la gente, que la historia fluyera en un mismo espacio».
Otra innovación significativa fue la presencia constante de los «ángeles malos», una creación que reforzó el conflicto entre el bien y el mal.
«Yo siempre sentí que la oscuridad también debía estar presente. No podíamos contar la historia de Jesús sin mostrar lo que lucha contra él. Los ángeles malos están todo el tiempo, como en la vida misma, rondándonos».
Además, alentó a que nuevos talentos asumieran roles protagónicos. Recuerda con especial cariño la actuación de José Voncini como Barrabás: «Un chico joven, de la juventud parroquial, que había actuado conmigo de chiquito. Fue un reencuentro hermoso, y su interpretación emocionó a todos.»
LA EMOCIÓN QUE NO SE APAGA
Cada función de la Pasión fue una experiencia irrepetible. «La emoción se siente desde el primer acorde de la música hasta el último aplauso. Hay algo que se mueve adentro tuyo, algo que no se puede explicar con palabras», subrayó.
Los momentos de mayor vulnerabilidad —como cuando una tormenta obligó a suspender una función ya preparada en la última edición, o cuando el cansancio físico parecía ganarle a todos— también fueron oportunidades para comprobar la fuerza del grupo.
«La gente aguantaba bajo la lluvia, esperando. Los actores seguían ahí, firmes. Eso te demuestra que la Pasión no es solo un título: es real.»
Sobre el impacto en el público, no tiene dudas: «Si alguien se va con la piel de gallina, si alguien siente que algo se le movió adentro, entonces valió la pena.»
UN ADIÓS LLENO DE GRATITUD
La decisión de dejar la dirección no fue apresurada. Hacía tiempo que venía sintiendo que había llegado el momento de cerrar este capítulo. «Creo que cumplí un ciclo. Di todo lo que podía dar. Y ahora es momento de que nuevas voces, nuevas miradas, sigan construyendo esta obra maravillosa».
Agradece profundamente la oportunidad que le dieron, el apoyo de cada integrante de la Pasión, y especialmente el aprendizaje humano que se lleva. «No es cualquier cosa representar algo tan importante para la ciudad, para la fe de tanta gente. Hay que hacerlo con amor, con respeto y con entrega».
Se despide convencido de que la Pasión Viviente continuará viva en el corazón de Balcarce: «Esto no termina con una persona. La Pasión sigue porque el mensaje que transmite es eterno: el amor, la vida que vence a la muerte. Y mientras ese mensaje siga latiendo, la Pasión vivirá».