Calcuta: crónica de una experiencia inolvidable que vivieron dos balcarceños
Primera visita de Patricia y la segunda de Adrián a Calcuta para trabajar como voluntarios con niños con discapacidades
Un proverbio indio dice que «todo lo que no se da se pierde». A este lema se aferraron fuertemente dos balcarceños que durante varios días estuvieron en Calcuta, en la India, sitio que no es promocionado en las guías turísticas pero al que llegan cientos y cientos de voluntarios de distintas partes del mundo dispuestos a brindar su ayuda al prójimo dando su tiempo y, principalmente, mucho amor. Se trata de Patricia Mucci y Adrián Apezetche, este último realizando su segunda visita.
En Calcuta, la miseria parece no conocer límites y las enfermedades que se creen erradicadas, no lo están tanto. Es un territorio, como decía la religiosa, en el que conviven «los más pobres entre los pobres» y en el que en cada uno de los 14 centros que forman parte de la congregación religiosa Misioneras de la Caridad se ayuda a los más pobres.
Ambos lo pudieron comprobar en persona. Convivieron con la más absoluta pobreza y el dolor. Y también entendieron el significado de una frase que dejó la madre Teresa, fallecida en 1997: «A veces sentimos que lo que hacemos es una gota de agua en el mar, pero el mar sería menos si le faltara una gota».
Experimentar la obra de la Madre Teresa
Esta historia de experimentar la obra de la Madre Teresa marca momentos diferentes en la vida de Adrián y Patricia. En el caso del primero, nace en la década del noventa después de infructuosos intentos de tener un hijo con su mujer Karina. Incluso ellos evaluaron la posibilidad de adoptar un niño pero los trámites administrativos parecían interminables.
Descubre allí Adrián, por el año 1996, la obra de la Madre Teresa observando un documental por televisión. Un par de años después el destino quiso que llegara a Mar del Plata su sucesora, la hermana Nirmala, a la cual pudo conocer. «Le planteamos con Karina la intención de viajar a la India para adoptar una criatura. Pero ella nos dijo que no hacía falta. Nos dio tres medallas: una a Karina, otra a mí y la restante para el angelito que nos iba a enviar la madre Teresa. Así fue como en el año 2000 nació nuestro hijo Bautista. Para nosotros fue un verdadero milagro, fue lo máximo», señaló.
Bautista nació con problemas de salud lo que llevaron a ambos a convivir son situaciones difíciles. Fue en esa circunstancia que Adrián conoció a Juan Carr, máximo referente de Red Solidaria, que le extendió una mano. A partir de entonces comenzó a trabajar como voluntario.
En el caso de Patricia, un hecho doloroso marcó su vida como lo fue hace cinco años la muerte de su madre a consecuencia de una trágica decisión. «La terapia me acompañó desde lo espiritual No soy católica practicante pero creo mucho en Dios y puse mucho mi corazón en la Virgen María, que es madre como yo que tengo dos hijas. Sabía que ella podía entender lo que me pasaba», le contó a El Diario.
Manos tendidas al encuentro del prójimo
Adrián cumplió su deseo y en 2016 viajó por primera vez a Calcuta a trabajar como voluntario en la obra impulsada por la Madre Teresa. Patricia, a partir de su experiencia de vida, también sintió esa necesidad. Se informó sobre la obra de caridad y luego escuchó atentamente los relatos de Adrián acerca de su experiencia personal.
La profesora de Historia y de yoga le contó a El Diario que «nadie te cuestiona de qué religión o nacionalidad sos para ser voluntario. Importa lo que llevás en tu corazón, qué tenés para dar. Y luego que participás de esta experiencia, te das cuenta que recibís mucho más de lo que ofrecés».
Adrián y Patricia, con algunas horas de diferencia, llegaron a Calcuta sobre fines de agosto. Por espacio de casi tres semanas se desempeñaron como voluntarios acompañando en el dolor a las personas que viven una situación de pobreza extrema, abandono o están enfermas.
Fue impactante lo que allí vivieron y experimentaron a punto tal que cuando hacen el relato no pueden evitar emocionarse. Trabajaron en una ciudad de casi 20 millones de habitantes donde 4 millones viven en medio de la pobreza y la miseria. Ahí el ser humano sobrevive día a día como si fuera un milagro.
Para mantener un orden y una organización, la Congregación Misioneras de la Caridad que la Madre Teresa fundó en 1950 asigna a los voluntarios un lugar de trabajo. En este caso, Adrián y Patricia fueron designados para trabajar como voluntarios en Daya Dan, lugar que alberga a niños de hasta seis años con distintas discapacidades, a quienes atendieron durante su estadía pero por sobre todas las cosas con quienes compartieron cariño y amor.
«La gente quiere en general discutir esto en término de distribución de la riqueza y no pasa por ahí. La obra de la Madre Teresa está basada en el amor y en que nadie se vaya de esta Tierra hacia Dios sin ser querido y sin ser mirado. Y la tarea del voluntario es esa, no es el dinero. No damos dinero, solo acompañamos a la persona con amor. Muchos de los niños con los cuales estuvimos no saben reírse ni dar un beso, no tienen nombre porque fueron abandonados, tienen malformaciones producto de la desnutrición», fue el relato sincero pero desgarrador de Patricia.
Calcuta, la capital mundial de las Organizaciones No Gubernamentales (ONG), «es mi lugar en el mundo», asegura Adrián. «Llego a Calcuta y es mágico. Es inexplicable. Espero volver en 2019. Ya existe el compromiso de hacerlo. Ojalá seamos más voluntarios».
Ese deseo también es compartido por Patricia, para quien esta primera experiencia fue muy fuerte desde lo espiritual. La incertidumbre y el miedo fueron dos de las sensaciones que la acompañaron en este viaje. Pero como ella bien relató, eso duró un puñado de horas. El rezo del Rosario, unas sales de suero para rehidratarse -las temperaturas oscilan entre los 40 y 50 grados-, el diálogo con las hermanas de la Congregación y el acompañamiento de Adrián le permitieron sentirse parte del lugar y convencerse de que la misión que decidió llevar adelante valía la pena.
No es sencillo describir Calcuta, una sociedad divida en castas en donde el cambio no pasa por lo político ni económico.
Hace falta visitarla muchas veces para acercarse a su significado, su misterio, su singularidad. Caos y miseria se entremezclan con encanto y sugestión.
«Es una ciudad –explicó Patricia- llena de cuervos y de ratas. Los olores son muy fuertes. Pero yo pensaba en los olores y también en los dolores, palabras que se parecen mucho y tienen una conexión muy fuerte. Allí uno convive con la pobreza que no solo es material. Hay una pobreza de no ser mirado, no ser querido, no ser entendido. Esto es algo personal que yo sentí. Mueren en promedio unas 230 personas por día que son incineradas y arrojadas al río sagrado Ganges. En esa ciudad conviven muchas religiones. Pero poco a poco se va alejando el miedo y te va invadiendo la alegría. Encontré allí mucho a Dios y a la Virgen María acompañando a cada niño del hogar».
En su forma de pensar y sentir, Patricia entiende que la dolorosa pérdida de su madre en algún momento tenía que tener un cierre. «Uno no puede quedarse instalado en el dolor. Y este viaje a Calcuta cicatrizó todo. Es una vida nueva en mí. Es una conexión muy fuerte con la Virgen y con las demás voluntarias, muchas de las cuales también tenían historias de vida fuertes».
Felicidad y dolor
Ambos coincidieron en expresar que en Calcuta «uno está en el presente», lo que entienden que no ocurre estando en otra parte del mundo, al menos de los sitios que conocen. «En la vida diaria uno siempre está proyectando sueños o instalado en el pasado, dos cosas que no te hacen feliz para nada. El secreto de la felicidad es vivir el presente y en Calcuta no podés escapar a eso. Allí la felicidad y el dolor están combinados todo el tiempo. Es una mixtura muy fuerte que no te permite proyectar nada y tampoco instalarte en un pasado que ya no sirve», al menos así lo entiende Patricia.
Agrega Adrián que «allí uno se da cuenta que el mundo no es uno. Tampoco lo es la economía, el dólar, etc. Deja de existir todo eso. Solo existe el amor que podés dar. Cada día das un poco más y recibís aún más, lo cual te ayuda a levantarte al día siguiente y seguir trabajando».
Lucen orgullosos ambos la medalla de la Virgen Milagrosa que les entregaron como voluntarios. Admite Patricia que llevar adelante una experiencia solidaria de esta naturaleza «va en el corazón de uno. Es un llamado muy individual. Es muy difícil Calcuta. Adrián se preocupó de lo que me pasaba a mí. Yo no soy católica practicante pero te aseguro que Dios está ahí».
Calcuta duele pero Adrián y Patricia subrayan que es un oasis de humanidad. A ellos les sirvió para mitigar el dolor ajeno. En Calcuta se agrandan las manos para dar respuestas. Ocurre esto cuando el protagonista es el otro, el que necesita.
Las primeras lágrimas de ellos fueron de tristeza, dolor, miedo e impotencia, y las últimas de felicidad, acción de gracias, amor y amistad.
