Una vida tallada a madera y mirando las luces del cielo

Una vida tallada a madera y mirando las luces del cielo

Juan José Requena tiene 91 años. En este lapso ha conseguido complementar variadas actividades, todas las cuales les despiertan placer y, lo mejor de todo, a la gran mayoría las comparte en familia. Es un conocido

carpintero, que se formó fuera de la ciudad y retornó a la misma para moldearse como un referente, que inclusive enseñó el oficio a tantos otros. Pero además de ello desarrolla otras iniciativas como la pesca, el tenis de mesa y tiene pasión por la ovnilogía, habiendo protagonizado más de una experiencia en ese ámbito.

Nació aquí, su padre trabajaba en el Ferrocarril, era maquinista y allá por 1942 lo trasladaron a La Pampa, al límite con San Luis, pero su familia se estableció en General Pico, a unos 180 kilómetros del lugar donde cumplía labores. Allí terminó los estudios primarios, que había empezado en la Escuela N°4 de Balcarce, luego hizo la secundaria en una Escuela de Artes y Oficios, donde incorporó conocimientos en carpintería, los que le serían de suma utilidad hasta el día de hoy.

Un tiempo después a su padre le llegó la jubilación y decidieron mudarse a Remedios de Escalada, pero desde ahí siguieron hasta Lanús y se establecieron. Particularmente, durante 14 años vivió en ese lugar y desempeñó tareas en fábricas de muebles mayormente, inclusive siendo el encargado de una de ellas por un determinado período. Esa empresa en un momento cerró sus puertas y entonces decidió hacer arreglos de muebles en Capital Federal, durante casi dos años, siempre en su especialidad que son los muebles de estilo.

«Terminé ahí, ya estaba cansado del viaje de todos los días, eran muchas horas y a mi hijo Alberto lo veía siempre dormido, porque me iba temprano y llegaba tarde. Entonces decidí venirme a Balcarce en el ’64, tenía familiares de mi mamá acá. Y a los dos años de haber vuelto y estar trabajando, conocí al dueño de la casa en la que vivo, que me encargó un trabajo grande y me dio la posibilidad de comprarla, a cambio del trabajo y de un poco de efectivo. Me la dio a pagar y en el ’67 ya estaba ubicado acá, por eso digo que en 3 años hice más en Balcarce que en 14 en Lanús», contó.

Sus inicios en el ámbito local fueron en sociedad con Edgardo Lardapide, en un espacio sobre calle 13, pero al cabo de un tiempo cada cual tomó su respectivo camino.

«Empecé a trabajar solo, en realidad estaba con mi hermano, que me acompañó 7 años. Después me quedé solo, con alguno que siempre me daba una mano, así no paré nunca. Ahora hago reparaciones y estamos con Marcelo (su otro hijo) en el tema de las boyitas para pesca».

ENSEÑANZA, OBRA

Además de lograr un reconocimiento en su área, de ser solicitados constantemente sus servicios por parte de numerosos vecinos a lo largo del tiempo, Requena fue enseñando el oficio a quienes en algún momento fueron sus colaboradores en la carpintería.

A ello se refirió: «muchos de los que estuvieron trabajando conmigo hoy tienen sus carpinterías. A todos los ayudé en lo que pude, siempre».

Todos aprendieron, pero mayormente volcaron sus conocimientos en las obras, algo que él casi no realizaba. Aunque generalmente existe una excepción. «Acá siempre se trabajó bien en obras, yo no hacía eso, la única que hice fue en calle 25 y boulevard (avenida Kelly), la casa de Balinotti, el papá del doctor (Rodolfo), que es traumatólogo y era chico en esa época. Allí se instaló el primer portón corredizo que se hizo en Balcarce, todavía funciona, recuerdo que todos los herrajes los compramos en Buenos Aires porque ni acá ni en Mar del Plata había. Hicimos toda la obra y el amoblamiento completo».

LABOR EN FAMILIA

De sus hijos, Alberto está dedicado a la parte informática y es un calificado en la materia, además de haberse desempeñado como instructor de tenis de mesa durante más de dos décadas en el Club Sportivo Trabajo y competir personalmente en diferentes instancias. Mientras que Marcelo, docente en la EEST Nº 1 «Lucas Kraglievich» del taller de Carpintería, también practicante de la misma disciplina deportiva y además creador del exitoso Mago Harry y desarrollador de trabajos en globología, siguió sus pasos.

«Tiene condiciones muy buenas para trabajar en la carpintería. Trabajó conmigo mucho tiempo, en amoblamientos de cocina y demás», señaló orgulloso. 

Después de la pandemia, decidieron reafirmar ese lazo laboral y se aventuraron en una propuesta conjunta. Marcelo estaba participando en un canal dedicado a la pesca -actividad que también le transmitió su padre- realizó unos videos tutoriales sobre la fabricación de boyas y rápidamente empezaron a llegarle los pedidos. «Empezamos, todo anda muy bien y hemos vendido un montón de boyas, armamos un emprendimiento de punteros y boyas de pesca, inclusive vendemos en otras provincias. Si bien es muy artesanal todo, no contamos con una producción demasiado grande, pero todo lo que se hace se vende. Es una alegría enorme para mí trabajar con él. Dividimos los roles como siempre hemos hecho, antes él fabricaba y yo instalaba, ahora él tornea y yo armo y pinto. Tenemos funciones determinadas, nos entendemos en eso. Y si sale un trabajo nos damos una mano. Pero del oficio tiene mucho conocimiento, sabe mucho, también de algunas cosas que ya se han dejado de hacer, tiene mucha experiencia. Ellos aprendían en un monte cuáles eran las plantas, tenían un gran conocimiento que hoy no se tiene. Y eso se transfiere», destacó.

PASIÓN, LUCES Y EXPERIENCIAS VIVIDAS

Otro tema que le apasiona es la ovnilogía, con su hijo Marcelo compartiendola. Sí, el estudio de los objetos voladores no identificados, inclusive con más de una experiencia vivida.

«Balcarce, desde el año ’47, es una ciudad en la que pasaban luces y no se sabía qué eran. Tuvimos un grupo hasta el ’74, que tuvimos que desarmar porque desde la Comisaría nos informaron que estábamos sindicados como grupo subversivo, nos habían denunciado. Pero cuando fuimos y dijimos lo que hacíamos, no nos podían entender. Salíamos en grupo, íbamos a los campos. Sabíamos dónde estaban, de dónde venían y adónde iban. Los horarios eran a partir de las 19.30 o 20, siempre en la dirección oeste - este. Pedíamos permiso y entrábamos a los campos, ahí a veces había gente que había visto luces que no sabían lo que eran y nosotros les decíamos y nos dejaban entrar», mencionó.

La zona de Cinco Cerros era uno de los lugares que el grupo de amigos más frecuentaba y en el que mayormente aparecían luces. Recuerda que en un campo denominado «La Rinconada» donde trabajó, había descensos nocturnos a menos de 100 metros de la casa principal, lo cual constataban con las marcas que quedaban sobre el pasto o tierra.

«Los avistajes que tuvimos fueron la mayoría de noche, eran luces, no veíamos el platillo. Pero sí las marcas que quedaban sembradas en el suelo, quemaduras, con base, con profundidades. Los mismos puesteros que eran muy incrédulos manifestaban que se despertaban con ruidos de animales a la noche, cuando salían pasaban luces rojas por arriba, eso les daba miedo, se querían ir. A veces se les prendía solo el generador de noche», detalló Marcelo.

CASOS PERSONALES

Una experiencia muy particular vivieron a nivel familiar hace ya varias décadas, cuando regresaban de Ayacucho hacia Balcarce por la ruta 29 que se estaba construyendo en ese momento. Era una jornada lluviosa que finalizó con su automóvil encajado en el barro, con una goma pinchada.

«Mi señora en un momento me dice: fíjate Juan aquella luz que hay arriba del monte, que se va desplazando. Yo ya las conocía, le digo es un ovni. Ella me dice: deciles que nos saquen de acá. Yo agarré la linterna, hice tres señas con ella y me contestaron, se nos pusieron arriba. Nosotros seguimos embarrándonos hasta que salimos y llegamos a la 226, después hasta Balcarce y vinimos a casa comentando lo que había pasado. Cuando miré el reloj eran las 3.30, no lo podía creer. Nos preguntamos: ¿dónde estuvimos estas 6 horas? Son 100 kilómetros que hay, habríamos hecho 20, quedaban 80. La última vez que miré el reloj eran las 9 de la noche, de ahí para adelante no miré más el reloj».

Marcelo, quien con su hermano Alberto estaba en el auto, también recordó esta situación. «La luz estaba bastante cerca, era como un lucero, se movía. Y no menos de 5 o 6 autos pararon preguntando si habíamos visto la luz, evidentemente no éramos los únicos», explicó.

Su padre experimentó una nueva vivencia tiempo después, viniendo desde Mar del Plata hacia Balcarce, tras haber pasado unos 100 metros el sector conocido como «El Dorado». Avistó una especie de nube, como una niebla que descendía sobre la ruta y tuvo un particular desenlace.

«Me llamó la atención porque estaba muy bien formada, era como una cosa maciza. Cuando llegué a un lugar que tenía un pequeño desnivel, esa niebla rozó el capot del auto y se estrella contra el vidrio. Yo venía con mi primo y le grito Negro, nos matamos. Era algo que tenía unas dos pulgadas y media, rojo incandescente al borde de la nube. Si eso hubiera chocado contra el suelo yo habría entrado en un cono de luz sólida en vacío, habría quedado suspendido en el aire y me habrían llevado a cualquier parte. Pero yo rompí ese aro de luz sólida y eso desapareció. Yo paré para ver contra qué había chocado y no había nada, pero el auto estaba marcado como si fuesen soldaduras eléctricas. Atrás mío venía el tornero Capozzi, quien me dijo que vio como fuego y vidrios que le caían al auto. Pero no había nada».

«NOS MANEJAN…»

Al consultarlo sobre su opinión en líneas generales sobre el tema, en base lógicamente al estudio que viene realizando desde hace tantas décadas y a las situaciones experimentadas, Requena no se anduvo con vueltas y fue contundente: «estamos sembrados en el planeta. Hoy se sabe mucho más que antes, se han abierto expedientes en todo el mundo, la gente habla más de las cosas que ve. Nosotros fuimos sembrados en este planeta, por eso hay cuatro razas distintas: blanca, negra, cobriza y amarilla. Nos visitan a ver cómo vamos, lamentablemente no está saliendo buena la cosa hecha. Son entidades miles de años avanzadas, nos manejan ellos a nosotros y dentro de unos años habrá un cambio muy grande en cuanto a la conducta humana».