El taller que enfrenta a la crisis con trabajo y en comunidad
En un contexto económico cada vez más asfixiante, el Taller Protegido de Producción Balcarce resiste con creatividad, esfuerzo colectivo y mucho corazón. En diálogo con El Diario, Virginia Guariste, su directora, contó en profundidad cómo funciona la institución, las estrategias para mantenerse a flote, el valor del trabajo para los operarios y por qué cerrar no es una opción.
UNA RUTINA QUE VALE ORO
Todos los días, desde muy temprano, treinta operarios llegan al Taller Protegido. Para muchos, ese es el momento más importante de la jornada. Desayunan juntos, trabajan en distintas tareas productivas, comparten el almuerzo y encuentran allí no solo una fuente de ingreso, sino un lugar de pertenencia, afecto y propósito.
"Ellos vienen muy contentos", contó Virginia Guariste a El Diario, quien asumió la dirección del taller tras años en el área administrativa. "Algunos están de 8 a 16, otros medio día. Depende la fatiga del operario, lo evalúa la terapista. Hay quienes pueden trabajar ocho horas, otros cinco, cuatro... cada uno encuentra su ritmo".
Pero detrás de esa rutina hay una maquinaria que apenas logra sostenerse. El costo mensual de funcionamiento ronda los 8 o 9 millones de pesos, mientras que los aportes estatales -que recién ahora tuvieron una actualización- son claramente insuficientes. "Provincia nos aumentó hace poco: pasamos de recibir 936.000 pesos a 1.180.000. Pero los gastos aumentan mucho más rápido. Nación, directamente, desde enero no paga. Supuestamente en mayo lo harían con retroactivo, pero la plata no llegó", advirtió Guariste.
Cada operario cobra actualmente 26.000 pesos de la Provincia y -cuando se acredita- 28.000 pesos de Nación. Por ocho horas de trabajo. "No es nada", aseveró.
LA ECONOMÍA DEL DÍA A DÍA
Ante ese panorama, el Taller sobrevive gracias a un rompecabezas de ingresos pequeños, todos imprescindibles: ventas semanales de comida, ferias de ropa, rifas, donaciones de empresas y carnicerías, campañas de socios y la colaboración del Banco de Alimentos. "Vamos todos los viernes a buscar mercadería: verdura, papa, aceite. Pagamos 30 o 40 mil pesos por eso, que para nosotros es mucho, pero comprarlo particular sería imposible".
La cocinera, destacó Virginia, "hace magia". Con la carne picada donada por seis carnicerías, improvisa hamburguesas, pan de carne o empanadas. Y cada segundo viernes del mes, una feria de ropa aporta unos 200.000 o 300.000 pesos más.
El Taller también impulsa una venta los martes y miércoles de 10 a 14, cuando los chicos salen de las escuelas cercanas. "Vendemos sándwiches de milanesa, empanadas, medias lunas con jamón y queso... Sacamos 30.000, 40.000 pesos por día. No es mucho, pero sirve".
EL FOODTRUCK UNA APUESTA DIFÍCIL
Una de las principales inversiones del taller fue un foodtruck, adquirido con mucho esfuerzo. La idea era clara: generar ingresos en eventos gastronómicos y ferias. Pero la realidad fue más dura de lo esperado. "Los cánones para participar son altísimos. Tenés que pagar 600.000, 800.000 pesos para estar en una fiesta. No podemos darnos el lujo de arriesgar esa plata. Una vez pagamos 250.000 y recaudamos 180.000. Perdimos hasta en comida", explicó.
"No es lo mismo un foodtruck de un particular que busca ganancia para sí, que uno institucional, donde nadie cobra. Todos los que van a trabajar lo hacen ad honorem. Mi hermano, mi cuñada, amigos, gente de la comisión. Nadie saca un peso, todo vuelve al taller".
Pese a eso, hubo experiencias positivas. "En una fiesta sacamos 4 millones de pesos. Fue buenísimo para nosotros. Pero te alcanza para medio mes", grafica.
La clave, dice, está en seleccionar muy bien los eventos. "No podemos ir a cualquier fiesta. Tenés que tener garantizada una mínima ganancia. No es 'vamos y vemos'. Acá perder significa no pagar sueldos, no comprar insumos, dejar de dar de comer".
MÁS QUE UN TRABAJO
Guariste puso énfasis en lo que representa el Taller para los operarios. "Muchos creen que tenés que nacer enfermo para venir acá, y no es así. Hay chicos que tuvieron un accidente, otros una enfermedad de grandes. Cualquiera puede necesitar este espacio algún día. Y acá encuentran contención, amistad, sentido".
"En pandemia nos dimos cuenta de cuánto valen. Nosotros intentamos hacer lo que ellos hacen: doblar bolsas, cortar sobres, embalar... no nos salía nada. Nos cortábamos los dedos. Ellos lo hacen perfecto, durante ocho horas, sin cansarse. Le ponen piloto automático y siguen".
Y agrega: "Terminan un trabajo y enseguida te piden más. Les gusta. Se sienten útiles. Si ves cómo embolsan, cómo doblan... te das cuenta de que es trabajo de verdad".
EQUIPO REDUCIDO PERO UNA VOLUNTAD GRANDE
El plantel del Taller es mínimo: dos supervisoras, una cocinera, una terapista ocupacional, una persona en atención al público y Virginia, que además de la dirección cumple tareas administrativas. "Antes teníamos psicóloga y asistente social, pero el recorte económico nos obligó a prescindir de ellos. Hoy, si se necesita, derivamos al Hospital".
Las decisiones se toman en conjunto. "No es que yo digo algo y se hace. Hacemos reuniones de equipo, opinamos entre todos. Pero la responsabilidad recae, claro, y eso pesa".
Una de las pérdidas más grandes fue la rifa del auto, que durante siete meses ayudaba a sostener la economía del taller. "Antes comprábamos el auto y con eso la Municipalidad autorizaba la rifa. Pero el último costó 3 millones, al año siguiente ya estaba en 8, y hoy cuesta más de 20 millones. Imposible. Eso fue un golpe durísimo".
LA AYUDA QUE SIEMPRE SUMA
Una empresa privada realiza una donación bimensual de 600.000 pesos, que el Taller factura formalmente para que pueda ser deducida por el donante. "Nos sirve a nosotros y le sirve a ellos. Si otras empresas se sumaran, sería genial".
El vínculo con la comunidad también es fuerte. "Hicimos 2.500 números para una rifa, campañas de socios -150 en 10 días-, bonos. Pero todo el mundo está con bonos: escuelas, clubes, ONG. La gente es muy solidaria pero también se cansa. Siempre terminás tocando a la misma puerta".
ALEGRÍAS QUE SOSTIENEN
Aun en la adversidad, hay momentos de alegría. "Los cumpleaños se festejan todos juntos, con torta casera. A veces alguno no puede traerla, así que la cocinera hace una para todos a fin de mes, con velitas. Y para ellos es lo máximo".
También hay orgullo. "Una chica trajo un diario del año pasado donde salió una foto del Taller. Venía fascinada. Eso lo guardamos, lo ponemos como recuerdo. Les encanta salir en el diario, verse, saberse parte de algo".
Hasta cortar el pasto se convierte en fiesta: "Yo empiezo a cortar, uno me sostiene el cable, el otro espera con el rastrillo, otro con la bolsa. Para ellos es un picnic. Les cambia el día".
CERRAR NO ES UNA OPCIÓN
Sobre el final, Guariste dejó una reflexión que resume el espíritu del Taller: "Mucha gente dice 'si no se puede, no se puede'. Pero ¿a dónde van estos chicos? Yo consigo trabajo, pero ellos... ¿dónde consiguen lo que tienen acá?"
El Taller no es solo un espacio de trabajo protegido. Es un sostén emocional, un espacio de socialización, un lugar donde se construye comunidad, día tras día, a pesar de todo. "No sabemos hasta cuándo vamos a aguantar. Pero lo vamos a seguir intentando. Porque ellos están esperando volver al otro día. No podemos fallarles", concluyó.