Un matrimonio de balcarceños viaja hace 11 años al chaco salteño para brindar asistencia a comunidades wichi
Hace más de once años, Marcela Molina y su esposo Abel Reguera asumieron el compromiso de ayudar a comunidades indígenas del chaco salteño. Conmovidos por la cruda situación sanitaria y de acceso a la salud que experimentan a diario las tribus Wichi del norte argentino, realizan al menos dos viajes por año, más envíos de encomiendas, para llevarles alimentos y medicación.
En 2012 Marcela y Abel vieron un informe en un noticiero que relataba la historia de un bebé que había muerto de desnutrición en el norte del país. «Cuando lo vimos no podíamos creerlo, si bien junto a mi familia siempre buscamos ayudar a quienes más lo necesitan, nunca habíamos escuchado de un testimonio así. La madre relataba que le habían entregado su bebé muerta en un Hospital y tuvo que caminar dos kilómetros con ella en brazos hasta su comunidad, una cosa de otro mundo para nosotros, no nos entraba en la cabeza que algo así podía pasar. Cuando terminó el noticiero, busqué la noticia por Internet para indagar un poco más. Me enteré que había sucedido en una comunidad aborigen en Salta y así fue que empezamos la búsqueda de esa comunidad y cómo viajar hacia allá», comentó Marcela a El Diario.
EL PRIMER VIAJE HACIA UNA TIERRA INHÓSPITA
«Mi hija me ayudó a abrir una cuenta de Facebook para empezar a recaudar fondos para el viaje, porque solos no podíamos costearlo, y donaciones para los niños de Salta. Empezamos con ferias americanas. La gente empezó a llegar hasta la puerta de nuestra casa con comida, medicamentos y ropa. Esto nos resultaba un problema porque no podíamos llegar a Salta con ropa sabiendo la situación de los chicos que estaban muriendo de hambre. Entonces decidimos hacer ferias americanas para venderla y así recaudar dinero para comprar alimentos. Obviamente le avisamos a la gente que nos donó la ropa para que supiera qué íbamos a hacer con ella, siempre nos gustó manejarnos de la forma más transparente posible. Nos llevó 50 días recaudar todo».
El destino era Morillo, del departamento de Rivadavia, una localidad ubicada en el Chaco Salteño que alberga a muchas comunidades Wichi que no tienen acceso a la salud y una adecuada nutrición y mucho menos a los servicios básicos de una vivienda digna como agua potable, luz o gas. «En nuestro primer viaje no sabíamos en que parte de Salta estaban ubicadas las comunidades, tampoco si podíamos entrar con el vehículo, no sabíamos nada. Fue más una respuesta a un llamado de Dios que nos dijo ‘vayan acá’, no teníamos nada de información, solo que conocíamos el caso de esta nena que habíamos escuchado por un noticiero y el nombre de su madre, Mabel».
«Después de dos días de viaje llegamos a Morillo, era de noche y no sabíamos para dónde ir, teníamos que andar con cuidado por la cantidad de animales que se te cruzan en los caminos. En aquel momento, y durante unos años dormíamos en el vehículo, eran viajes muy cansadores, hacíamos todo a pulmón. Encontramos una iglesia, en donde conocimos al padre José, que nos explicó como teníamos que movernos dentro de las comunidades para no generar malestar», reveló.
CONOCIENDO A LOS WICHIS
Marcela explicó que la comunidad wichi se divide en familias, cada una de ellas administrada por un jefe (cacique). «Cuando llegás tenés que hablar primero con el cacique, presentarte y explicarle el motivo por el cual llegaste al lugar. Ellos son muy amables en el trato pero siempre que respetes su cultura y no invadas su lugar. En aquellos lugares la política está muy metida pero solo en época de campaña, en donde los políticos aparecen para llevarle alimentos y medicamentos, y ellos lo saben, por eso para que no piensen que vamos con el mismo objetivo es importante que les expliquemos que no representamos a ningún partido político, vamos de forma imparcial».
«Al llegar al lugar nos dimos cuenta que estas comunidades viven alejadas totalmente de nuestra realidad, no tienen nada. Yo nunca había visto a tantos chicos descalzos y con esa calidad de vida, sin agua, en tierras tan áridas. Madres avejentadas, chicos desnutridos, la pobreza que vimos fue terrible. En ese primer viaje solo estuvimos una hora y media en la comunidad wichi, repartimos todo y nos fuimos. Fue un viaje relámpago, sentimos que no nos tomamos el tiempo necesario para conocer realmente su situación, nos quedamos con ganas de conocer más». Marcela comentó que en los años posteriores la situación de las comunidades fue mejorando, pero demasiado lento.
«Después de ese viaje empezamos a organizarnos mejor, nos quedaron tantas cosas pendientes que a los tres meses volvimos, de hecho hicimos tres viajes en un año, una locura. Durante esos meses nos pusimos a trabajar desde el primer día para organizar el viaje. La gente que se acercaba a casa ya sabía que la ropa no era para llevar y que se vendía en la feria, que siempre fue nuestro único ingreso para costear el viaje».
«Somos una familia que ayuda a niños wichis y tobas con desnutrición» reza la portada de la cuenta de Facebook de Marcela, desde allí convoca a toda la comunidad a aportar su granito de arena para brindar ayuda a estas comunidades aborígenes salteñas.
«En estos 11 años nos pasaron muchas cosas, tenemos tres ahijados wichis y conocimos gente hermosa. Siempre fueron muy agradecidos con nosotros, nos invitan a comer, nos atienden con mucha amabilidad y compartimos muchos momentos únicos. Los primeros años no quería dejarles mi número de teléfono porque tenía miedo de que el mensaje sea encontrarme con alguna mala noticia, hasta que con el tiempo entendí que necesitábamos estar conectados».
UNA REALIDAD DIFERENTE A LA QUE ESTAMOS ACOSTUMBRADOS
La comunidad wichi vive una realidad agobiante, que resulta irracional si la vemos desde el prisma que utilizamos en la actualidad. Y es que en esos lugares pareciera no haber espacio para las temáticas de violencia de género y otras cuestiones que están ligadas con la desigualdad entre hombres y mujeres. «Los wichi son personas que no hacen respetar sus derechos, son muy cerrados y no siempre comunican sus necesidades. Por eso es importante el trabajo de la gente que se acerca desde las ciudades. Desde hace unos años nos acompaña una policía, Carolina, que es la que se encarga de los problemas de violencia dentro de las familias, incluso de abusos y violaciones, situaciones terribles que tienen que sufrir muchos wichi. Sin el trabajo de la policía todo eso se tapa y queda en la nada», reveló Marcela.
«Cada vez que volvemos de nuestros viajes, de ver aquella realidad, nos preguntamos ‘de que nos quejamos’, allá la gente se muere de un apendicitis porque no saben lo que es. Pero ese sentimiento lamentablemente nos dura menos de una semana, cuando volvemos al día a día nos quejamos por otras cosas».
«Tanto los padres como sus hijos son indocumentados, no tienen partida de nacimiento porque nacieron en el monte y no hay registros de nada, tampoco cobran subsidios del Estado porque no existen para el sistema. Los chicos no iban a la escuela hasta hace unos años, hoy con ayuda de la Policía, asistentes sociales y otros particulares los nenes tienen un lugar para aprender a leer, escribir o dibujar», agregó.
Marcela contó que la pobreza es extrema en esas comunidades, y los Municipios de distritos cercanos brindan poca asistencia. «Si alguien sufre una enfermedad se tienen que mover hasta la ciudad y su único traslado son combis que salen cada quince días. Eso sumado a que si sacan un turno tienen que esperar cierta cantidad de tiempo y si no pueden acercarse hasta el hospital ese día lo pierden, y andá a saber cuándo tienen otro turno. Como hay situaciones que tienen que atenderse rápido y no pueden esperar tanto tenemos que cubrir los gastos, junto con gente que quiere ayudar de corazón, del pasaje hasta las ciudades cercanas. Cuando se empezaron a conocer cada vez más los casos de desnutrición en el Chaco Salteño, el CONIN (Cooperadora para la Nutrición Infantil) empezó a brindar ayuda, pero hay que darle continuidad a ese apoyo. Eso sumado a que la política está muy metida en esa zona y hay mucha corrupción, hay gente particular que ayuda de corazón, pero no alcanza, porque el que tiene buena intención no tiene un centavo, y el que maneja la plata no tiene intención de arreglar nada. Nosotros no podemos hacer nada con eso, más que ayudar de la manera en que podemos y sobre todo dedicarnos a los más chicos».
»En uno de los viajes conocimos a Angelita, una nena que padece de un cuadro de desnutrición crónica. Cuando la conocimos tenía cinco años, era muy chiquita y no caminaba. Hoy tiene 11 y va a quinto año de la escuela, cada vez que llegamos nos recibe corriendo a abrazarnos. No sabe leer ni escribir, pero pinta. No hay escuelas especiales en las comunidades, solo en el pueblo. Y como no hay combi que la lleve cursa ahí con los demás chicos. Las maestras nos dicen: ‘vos dale un día lindo a los chicos, serviles chocolate, comida, que eso les va a quedar para siempre’, concluyó.