«La satisfacción es muy grande, yo traigo más cosas de las que llevo»
El ayudar al que más lo requiere se puede practicar en cualquier lugar, pero cuando las necesidades de quien recibe esa mano son casi extremas, cuando la colaboración está orientada a comunidades enteras que además se encuentran en lugares alejados y con carencias de todo tipo, la labor del que da recibe una satisfacción interior enorme. Pero paralelamente entremezcla otros sentimientos cuando sabe que las precariedades seguirán existiendo.
Marcela Molina sabe bien de qué se trata esto. Ella descubrió casi por azar una población del norte argentino con urgencias de todo tipo, principalmente en materia de salud pero producto ello de otras dificultades. Puso manos a la obra y con determinación, el apoyo de su familia y algunas amigas, comenzó a idear una serie de actividades tendientes a reunir dinero para la adquisición de diversos elementos, que personalmente y en compañía de su marido Abel se encargó de llevar. Así pasaron ya siete años.
«PASCUAS SOLIDARIAS»
«Pascuas Solidarias» es una campaña destinada a los chicos que padecen desnutrición en la zona del Chaco salteño, un sector de varias comunidades cuyos integrantes son mayormente aborígenes wichis.
«La idea es recaudar medicación, leche y todo lo que vaya surgiendo. Yo fabrico huevos de pascua, hace 21 años que lo hago para mí, los vendo en los comercios, tenía jardines de infantes, reventa en los kioscos y demás, hasta que pusimos nuestro negocio y tuve que dejar porque tenía mucho trabajo acá. Siempre hacemos ferias americanas para recaudar dinero, eso es lo fijo, la gente nos dona cosas. Pero hace tres años empecé con los huevos de pascua, pero de un tamaño especial, cuyo costo es de $ 150. Esta vez empezamos en febrero y vamos muy bien, mucho trabajo y ya tengo 80 vendidos», contó con orgullo.
Se adquieren en su local comercial de avenida Cereijo y calle 2, vía telefónica al 431812 y también por Facebook, donde figura como Marcela Molina (Wichis Salta).
Los sábados y domingos es cuando mayor cantidad de personas se acercan a comprar.
«Es un huevo familiar, para compartir», según dijo quien los elabora. «Colabora toda la gente. El que lo paga de contado, el que lo paga por semana, el que me deja de a diez pesos, el que viene y dice me llevo diez para ayudarte. Tengo de todo público. Lo mismo pasa con quienes me ayudan donando para las ferias. Hay unas diez personas que son fijas, que siempre donan y ayudan, pero desde hace unos ocho años a esta parte va apareciendo gente nueva todo el tiempo», agregó.
APOYO Y ACTIVIDADES
La tarea que lleva adelante es seguida de cerca por sus amigas Natalia Villar y Sandra Davico, que siempre le brindan su apoyo tanto en éste como en todos los emprendimientos que decide efectuar, siempre con el mismo objetivo de ayudar a las comunidades aborígenes.
Entre otras actividades, cabe citar la realización de las tradicionales ferias americanas, donde recibe ropa todo el año, ya sea nueva o usada. «Tengo algunos comerciantes que cuando termina una temporada me regalan la ropa, uno de ellos es (Marcio) Cunqueiro, que desde hace dos años nos ayuda mucho. Es más, ahora nos estamos sosteniendo con lo que él nos dona, es ropa nueva, sin ningún uso, de la temporada anterior pero en muy buenas condiciones. El nos trae dos o tres camionetas llenas de ropa por año. Y después la gente que llega con una bolsita con ropa usada, zapatos, un changuito y todo lo que no usan, me lo traen y yo hago la feria americana cada tres o cuatro meses», destacó.
La respuesta es altamente positiva. Se realiza durante una sola jornada, el horario de apertura es a las 8.30 pero la fila de gente interesada en comprar alguna prenda comienza a formarse una hora y media antes. «Siempre queda algo de ropa por vender, porque es muchísima la cantidad. La hago desde la mañana hasta la tarde, lo que me queda lo dono a gente amiga que envían a Santiago del Estero. Era un problema porque la ropa que me quedaba la tenía que guardar unos meses hasta la próxima feria, así que comencé a ubicarla con esa gente que hace lo mismo que yo», manifestó Molina.
También en fechas patrias como el 25 de Mayo o 9 de Julio elabora locro, como una forma de producir ingresos para volcar en el destino final, en el norte del país, muy cerca de límite con Bolivia.
HACE YA SIETE AÑOS
Hace siete años que viaja a la provincia salteña, movilizada por un informe que un día en particular observó en televisión, en el cual una mamá salteña del poblado de Coronel Solá le contaba a un periodista de TN que su beba se había muerto por desnutrición y que había caminado hacia su comunidad dos kilómetros con su hija ya fallecida, dado que la ambulancia del lugar no estaba en condiciones mecánicas para funcionar.
«Nosotros tenemos amigos allá, tenemos un ahijado aborigen que se llama Jesús. Yo fui buscando a esta mamá, que se llama Mabel. Nosotros paramos siempre en el mismo pueblo, de unos cinco mil habitantes, aunque parecen menos porque están muy separados. Los tres primeros años nos quedamos en la iglesia porque no teníamos ningún conocido, golpeamos las manos y nos atendió el Padre José, nos hicimos amigos y nos quedábamos siempre ahí. El primer año fuimos dos o tres veces, después empezamos a conocer más gente y ahora tenemos un montón de amigos que nos esperan en sus casas», contó Marcela Molina.
A veces permanecen una semana, en otras ocasiones algunas días más, según las obligaciones particulares tanto suyas como de su marido. Y un aspecto no menor que tienen dos días y medio de viaje de ida y otros tantos para la vuelta.
«Llevamos leche y medicación, eso es lo fundamental, nunca falta. Además desde hace un año y medio estamos mandando encomiendas cada veinte días o una vez por mes, llenamos las cajas y las mandamos por micro», mencionó.
LAMENTABLE REALIDAD
En los lugares que visitan, la pobreza se siente a cada paso. Son muchas las necesidades, de diferente índole, en el marco de un panorama que se repite año tras año.
Al respecto, indicó que «falta lo fundamental que es el agua, la luz y faltan los médicos. Por ahí llegás a una comunidad donde hay una salita hecha de material, pero te dicen que el médico hace 25 días que no va o directamente está cerrada, no hay enfermeros ni nada. Cada tanto Garrahan arma unas campañas bárbaras, pero ellos van y después no vuelven más. Ya con el sólo hecho que no haya agua… Y en muy pocas comunidades hay luz».
Los diálogos con los habitantes del lugar giran mayormente en torno a sus vicisitudes, a todos los dramas que atraviesan a diario. «Nosotros hemos visto morir nenes, hemos ido al cementerio allá a ver los nenes, es terrible. Se mueren por la desnutrición, a muchos una neumonía, una hepatitis o un simple refrío, por ahí los mata. Ahora desde hace un año y medio estamos siguiendo cuatro o cinco nenitas que están enfermas continuamente. Así que mandamos para todos y para ellas cosas aparte y la gente de allá se los alcanza».