Manos tendidas al encuentro del prójimo

Manos tendidas al encuentro del prójimo

El voluntario Adrián Apezetche en el hogar "Los Hermanos Franciscanos de Cruz Blanca", en Marruecos. «Fue una experiencia maravillosa», aseguró en charla con El Diario

Lo único que se gasta y no se puede recuperar es el tiempo de vida, había dicho el ex presidente uruguayo José Mujica en una entrevista.

En la vorágine del día a día hay quienes logran detenerse y mirar hacia un costado. Son aquellos que deciden utilizar parte de su tiempo ayudando al prójimo a cambio de una sonrisa, de un gracias o de una expresión de sorpresa en el rostro del otro por un sueño hecho realidad.

Ser voluntario, sin dudas, conlleva a una revolución interior que se traduce en un cambio en algunos aspectos de la vida de quien recorre ese camino.

En el caso de Adrián Apezetche, la propuesta de tomar contacto con una realidad marginada llegó para dar un vuelco espiritual en su vida.

Descubrir esa profunda revolución interior lo ha llevado a involucrarse en distintas tareas de voluntariado las cuales lo han conmovido y le permitieron descubrir que su misión es dedicar una parte de su tiempo a los demás, en involucrarse con el bienestar de los más vulnerables.

Claro que todo eso requiere de un proceso de búsqueda interior que, en el caso de Adrián, lo llevó a la conclusión de que su destino tenía rostro humano.

La magia del voluntariado es que todos pueden practicarlo y experimentar la dicha de dar. No existen reglas para aportar lo propio en beneficio de los demás ya sea haciéndolo de manera particular o formando parte de una Organización No Gubernamental (ONG).

Otra de las grandes riquezas del voluntario es saber integrar su proyecto de vida personal con el proyecto de aportar a la construcción de una sociedad digna. Y aquí es fundamental la relación.

LA HISTORIA DE ADRIAN

En el año 2016, este balcarceño estuvo durante treinta días en Calculta, en la India, acompañando en el dolor a las personas que viven una situación de pobreza extrema, abandono o están enfermas. Allí la miseria parece no conocer límites. Es un territorio, como decía la madre Teresa, en el que conviven "los más pobres entre los pobres" y en el que en cada uno de los 19 centros que forman parte de la congregación religiosa Misioneras de la Caridad se ayuda a los más pobres. Se respira allí un oasis de humanidad.

Adrián fue el primer y único balcarceño hasta el momento que llegó a esas lejanas tierras como voluntario, un sueño que esperó más de quince años en convertirse en una feliz realidad.

Allí comprobó el significado de una frase que dejó la madre Teresa: "A veces sentimos que lo que hacemos es una gota de agua en el mar, pero el mar sería menos si le faltara una gota".

UN NUEVO DESAFIO

Esa experiencia fue tan fuerte y lo enriqueció espiritualmente que asumió el compromiso de encarar otro desafío, siempre manteniendo su espíritu soñador con paraísos de inclusión social y justicia social entregando su cuerpo, alma y mente.

Para ello es que Adrián comenzó a interiorizarse sobre la vida de los refugiados. El drama que viven quienes buscan escapar de distintos países de Africa en el marco de conflictos armados y/o de violaciones de derechos humanos y llegar a la costa europea, está envuelto en innumerables gestos solidarios.

"Me entusiasmó la idea de poder ayudar a los refugiados. Así fue como leí mucho y me interioricé sobre la ubicación de aquellos lugares ubicados sobre el mar Mediterráneo, que brindan ayuda y asistencia a los refugiados. Allí descubrí un sitio que se llama Tanger, en Marruecos", contó a El Diario.

Así fue como el pasado 12 de agosto, Adrián encaró este nuevo desafío. Su primer destino fue España, más precisamente el puerto de Algeciras, situado en el sur de Andalucía. Allí, a bordo de un ferry, cruzó el Mediterráneo en busca del objetivo.

Pero en ese viaje de algo más de dos horas, Adrián se vio invadido por una nostalgia, que él mismo calificó, como "muy profunda, difícil de explicar".

Esa vivencia, fuerte por cierto, sería el principio de un cambio. "Por un lado -narró-, sentía que iba en un ferry lujoso, por cuyo viaje pagué unos 40 euros, y por otro a la distancia observaba varias embarcaciones, algunas de ellas pesqueras y otras las denominadas pateras, en la que cruzan los refugiados que escapan a la crisis. Mientras los otros disfrutaban del viaje en ferry, yo no la estaba pasando bien viendo a esos inmigrantes que para llegar a España".

Arribado a Tanger, el destino de Adrián fue el hogar que allí posee la congregación religiosa impulsada por la madre Teresa: las Misioneras de la Caridad.

Cinco monjas, las calcutas como las llaman, le dieron la bienvenida al balcarceño. Ellas son quienes ayudan a refugiados y refugiadas abandonadas y madres solteras. "En Marruecos, el 90 por ciento es musulmán, que profesa una religión que es muy estricta. Cuando una mujer soltera queda embarazada, automáticamente la misma familia la echa de la casa y el gobierno no le da herramientas para que se sostenga. Es entonces el hogar donde encuentran un espacio de contención y ayuda", expresó.

Quienes buscan un nuevo destino para sus vidas en general provienen de la llamada Africa subsahariana. Se trata de aquellos países que no están sobre el Mediterráneo, que lo conforman habitantes de raza negra a diferencia de quienes viven en Marruecos, Libia, Túnez, Egipto y Argelia, que son de raza blanca. "Los subsaharianos -sostuvo- son quienes más complicados están por el hambre, las guerras civiles y la sequía. Buscan escapar y para ello se van al norte de Africa. O se quedan allí o escapan a través del Mediterráneo. En lo que va de este año han cruzado en calidad de ilegales unos 145 mil refugiados, muriendo unos 3 mil. Cuando llegan a España, muchos son detenidos y obligados a regresar a tu tierra, nuevamente al infierno. La Unión Europea tiene leyes pero no las cumple, no brinda la ayuda necesaria".

Fueron siete los días en que Adrián Apezetche estuvo colaborando en ese hogar. Las propias calcutas fueron las que advirtieron la angustia interior del voluntario balcarceño, quien le reconoció que interiormente no estaba preparado para la misión que se había propuesto. Es por eso que le ofrecieron un nuevo rumbo, sin abandonar su objetivo de ayudar al prójimo. A metros de allí, "Los Hermanos Franciscanos de Cruz Blanca", una institución que nació a finales de los años sesenta para asistir a personas con discapacidad intelectual y/o física, lo recibió con los brazos abiertos.

"Ahí fue todo muy distinto", reconoció Adrián, quien durante catorce días, compartiendo ese proyecto con jóvenes de distintas partes del mundo, desempeñó su rol de voluntario atendiendo a unos treinta discapacitados. "La misión de quienes allí estábamos desempeñándonos como voluntarios consistía en acompañarlos, darles de comer, bañarlos, etc. Fue una experiencia maravillosa, totalmente diferente a la que viví en 2016", confesó.

A su regreso, y mientras programa un nuevo viaje para 2018, Adrián sabe que es materia pendiente el poder resolver el conflicto interno que le provocó enfrentar el drama de los refugiados en Tanger. Para así poder estar tranquilo con su alma.

Manos tendidas al encuentro del prójimo