Realidades que echan por tierra que (en algunos aspectos) la pandemia iguala a pobres y ricos

Realidades que echan por tierra que (en algunos aspectos) la pandemia iguala a pobres y ricos

Desde que comenzó el aislamiento social obligatorio que llegó con el Coronavirus, la inmensa mayoría de los medios ha abordado el tema de cómo se sobrelleva la cuarentena.

Así  hemos podido conocer los «dramas» de los ricos y famosos encerrados en lujosas mansiones con inmensos parques o amplios pisos con todas las comodidades y la más variada tecnología a su alcance y al de los más chicos. También pudimos incursionar en la vida de aquellos que conviven en casas o departamentos en los que tienen asegurado todo lo necesario para poder sobrellevar de la mejor manera el encierro, pudiendo recurrir al delivery para el abastecimiento diario de lo que deseen.

El cable, Netflix y Youtube, entre otros, son los canales por los que entretenimiento y estudios están en esos casos asegurados.

Pero hay otra realidad, esa a la que no queremos o preferimos no mirar como si ignorándola la pudiésemos hacer desaparecer.

La realidad de mucha gente que no tiene nada -o casi nada- de todas las comodidades que mencionamos y dentro de todas las innumerables carencias son capaces de, casi como  por arte de magia, de la nada sacan un optimismo y fuerza de voluntad sorprendentes para poder sobrellevar esta adversidad que es tan solo una más de las que -desde siempre- deben enfrentar y cargar sobre sus espaldas.

No están en otro mundo ni en otro país, ni siquiera en otra provincia u otra ciudad. Basta con hacer unas muy pocas cuadras desde el centro de la ciudad hacia la periferia para descubrir realidades que duelen, pero a la vez nos permiten repensar nuestras quejas y malestares por lo que «padecemos».

Son un espejo en el que debemos mirarnos y preguntarnos ¿y nosotros de qué nos quejamos?.

El Diario -incumpliendo (con permiso) la cuarentena- recorrió diferentes barrios para hablar con varias familias que día a día se apertrechan de la mejor manera posible para hacer frente a una jornada cargada de incertidumbre.

Sin una vivienda digna, con constantes necesidades alimenticias y de elementos básicos, con cientos de promesas incumplidas, con serias dificultades para acceder a elementos primordiales en materia de higiene, salud o de educación, son capaces de levantar vuelo y soñar no con un mañana mejor sino simplemente …con un mañana.

Abrimos una puerta a algunas de estas realidades, pase y conózcalas, quizás le permitan valorar mucho más lo que tiene.

«La vamos piloteando como podemos»

Rodrigo (23) y Johana (19) comparten una muy precaria vivienda con paredes de chapa  y un techo protegido con partes de silobolsa con la pequeña hija de ambos, de apenas un año y medio. Las carencias son innumerables pero no bajan los brazos. Él se había quedado sin trabajo a principios de año  por lo que se fue a probar suerte en la Capital.

El inicio de la curentena lo hizo volver y hoy está sin trabajo.

Es monotributista por lo que no pudo acceder a ayuda económica del gobierno, Johana añade que a ella le quitaron la asignación. Hoy subsisten de alguna changa «de lo que venga» que pueda aparecer y de la ayuda de los suegros de Rodrigo o de algún amigo,

«Tratamos de cuidarnos y hacer las cosas lo mejor posible. Ya hace dos meses que no podemos pagar la luz pero no sé hasta cuando nos van a poder aguantar y cómo  vamos a hacer para pagar la deuda después», sostiene Rodrigo, a lo que agrega Johana: «La vamos piloteando como podemos. Además de mis padres, los sábados nos ayudan de un merendero de  30 y A. Suipacha (32) y los jueves de otro. A veces nos cuesta comprar los pañales para la nena. Dos veces nos han traído y los cuidamos como oro».

Pese al difícil presente apuestan a salir adelante. «Confiamos, tenemos esperanza de que todo cambie» sostienen con una sonrisa.

La ayuda «salvadora» viene de la escuela

Eduardo y Sara conviven junto a los tres hijos de ella, de 6, 7 y 9 años en una pequeña casa de material. Una habitación, dividida de manera precaria, cocina y baño son todas las comodidades de las que disponen. Eduardo trabajaba en albañilería y pintura sin desperdiciar  otras ofertas laborales hasta que la pandemia lo dejó sin trabajo.

Ella es pensionada por lo que, dice, no cobra la AUH, tampoco pudieron acceder a la tarjeta AlimentAR ni a los $ 10.000 que otorga el gobierno.

Hoy, salvo alguna changa la inactividad es total…y los ingresos cayeron casi a cero.

«Por  suerte nos ayudan de la escuela de los chicos con  algo de mercadería, pero es muy difícil subsistir. El agua nos la provee un vecino y en la luz  ya estamos atrasados. Veníamos cumpliendo pero ahora es imposible pagar» comentó Eduardo.

Una de las mayores dificultades las tienen con las tareas de la escuela de los chicos. «Están los módulos en la fotocopiadora pero no tenemos plata para comprarlos» afirman resignados agregando que ellos se encargan de darles material de lectura y algunas cuentas, permitiéndoles  salir «un rato» a jugar afuera cuando el tiempo lo permite  y en caso contrario el único entretenimiento es «un poco de televisión».

La gran preocupación está centrada  en el tiempo en que se pueda extender la cuarentena, pero no  por sus carencias sino «por  lo que pueden perder los chicos al no ir a la escuela, por el estudio y por perder el contacto con sus amiguitos».

Algo similar ocurre con Celeste. Las condiciones en que vive junto a su pareja y las dos pequeñas de 6 y 2 años son paupérrimas. Paredes de chapa de una pieza, cocina y un baño al costado, techo cubierto con «de todo» para mitigar el frío, piso de tierra y un par de perros son el escenario en el que desenvuelven su diario vivir.

Su pareja trabaja en el campo pero el ingreso que tiene es más que escaso.

La  ayuda de la escuela a la que asiste su hija mayor es un alivio. No fueron incluidos en la trajeta AlimentAR y todo es pobreza. La pandemia es algo lejano, no alcanza para los cuidados  mínimos de higiene (barbijos, alcohol, etc)  y todo se limita a respetar  hasta donde pueden la distancia con los demás.

La televisión  es el único entretenimiento que ayuda a sobrellevar el tiempo de aislamiento.

«Es vivir el día a día

Yanina, su esposo y sus seis hijos (de 15, 14, 11, 8, 6 y 1 años) saben de sobra lo que es enfrentar situaciones difíciles. Las adversidades a las que  han hecho frente han sido muchas y  algunas de ellas muy duras. No obstante jamás bajan los brazos.

Ahora, el peligro del Coronavirus obligó a su esposo a dejar transitoriamente el trabajo de parquero y así se cortó prácticamente el único ingreso. Queda tan solo la asignación con la que Yanina hace «malabares» para poder seguir adelante.

«Estamos bien, bah, como podemos» dice sonriendo con un dejo de resignación, para de inmediato agregar: «No es fácil, pero la  vamos sobrellevando. Recibimos algo de alimentos de una iglesia evangélica; «Rolo» (Camino, de Desarrollo Social)) nos ha traído papa  y  nos ayudan de la escuela cada quince días con bolsas de alimentos».

A su vez, dijo que los chicos iban al «Club después del cole» y desde allí les consultan en forma permanente por watsapp  si necesitan algo en especial.

«Es vivir  el día a día.  No tenemos recursos para comprar los módulos de los chicos, no pudimos pagar la luz. Dos de los chicos son  discapacitados que toman medicamentos  y eso ahora sale de mi bolsillo, ya que como no puedo viajar a Mar del Plata a buscar los remedios los tengo que pagar»,  agregó .

La casa donde viven es de material, compuesta por  una habitación (hay otra «ahora cerrada porque se lleve y como los chicos son asmáticos no la pueden ocupar», por lo que ellos duermen en el comedor.

Sin renegar de todo lo que tienen por delante rescatan incluso los «beneficios» de la cuarentena.

«Lo aguantamos como se puede. Nos vino bien porque compartimos muchas cosas con los chicos: hablamos , jugamos, cosas que de pronto  no hacemos con la vida cotidiana. El estar encerrados es lindo porque nos  escuchamos, compartimos. De repente me ha permitido descubrir  lo que les gusta o lo que les enoja a cada uno.» explica Yanina asegurando que además de sostener  el hogar tiene el  tiempo y el ánimo suficiente para ayudar a los vecinos (algunos imposibilitados de salir) a los que siempre está dispuesta a hacerles los mandados, «respetando los horarios y las condiciones que se indican».