La vida los separó cuando eran niños, pero el amor los volvió a juntar de grandes

La vida los separó cuando eran niños,  pero el amor los volvió a juntar de grandes

La red social Facebook y el testimonio clave de una enfermera permitió que los hermanos Darío y Claudia se encontraran después de unos cuarenta años

El destino y el amor quisieron que transcurridos unos cuarenta años, Darío De Santis (43 años) pudiera encontrarse con su hermana.

La historia conmovedora que tiene como a uno de sus protagonistas a este balcarceño se conoció públicamente hace alrededor de un año en una entrevista que realizó Somos Noticias. Ese material el propio Darío lo envió luego a Telefé y tomó una trascendencia inusitada cuando esta semana se difundió.

Una historia verdaderamente conmovedora que tuvo su final feliz a partir del deseo íntimo de Darío y su hermana Claudia Beatriz Cabrera (49 años) de conocerse. La red social Facebook fue el vehículo inicial para que ello ocurriera a partir de los datos que recordó y aportó la enfermera que atendió el parto del menor de los hermanos.

«Siento mucha emoción», dice Darío quien está recibiendo por estas horas una innumerable cantidad de llamados a su teléfono celular, mensajes de texto y demás testimonios de afecto al conocerse en forma masiva su conmovedora historia.

Una historia que bien él se encargó de relatar en detalle para que se entienda. Su madre biológica, apenas nació en el Hospital Municipal de Solanet, en Ayacucho, decidió no criarlo y lo abandonó.

A los tres años fueron Héctor De Santis y Ana María Linares quienes tomaron la determinación de adoptarlo como hijo del corazón.

Recién a los quince años la historia de Darío comenzaría a cambiar, a tomar otro rumbo. Fue por un hecho considerado fortuito que le permitiría empezar a armar el verdadero rompecabezas que significaba saber que era hijo adoptivo. «Recuerdo que a los quince años, estudiando en el ex Colegio Nacional, el profesor Carlos Segura nos pidió que lleváramos a la clase un plano de la vivienda que habitaba cada uno de los alumnos. Fue así como me puse a buscar y encontré el material que me solicitó el profesor pero también, para mi sorpresa, tomé un certificado de adopción que se encontraba guardado en el mueble», relató.

EN BUSCA DE LA VERDAD

El impacto fue fuerte. Por su cuerpo dieron vuelta infinidad de sensaciones, algunas de ellas difícil de explicar. Tal es así que se tomó unos días para reflexionar, primero, y enfrentar, después, a sus padres con el deseo íntimo de conocer nada más que la verdad. «Mis viejos me contaron todo. Ellos son mis verdaderos padres. Nos separa solo un papel. Todo lo que soy en esta vida se lo debo a ellos», recuerda emocionado.

A partir de entonces, Darío quiso conocer la verdad de la historia de su vida hasta que con tres años fue adoptado por el matrimonio balcarceño.

El primer paso que dio fue viajar a Capital Federal y tomar contacto con las integrantes de la organización Abuelas de Plaza de Mayo para pretender saber si era hijo de desaparecidos. Allí descartaron esa posibilidad teniendo en cuenta que había nacido en 1974, un par de años antes del golpe militar que lideró el 24 de marzo de 1976 el general Jorge Rafael Videla.

Desde aquel entonces, Darío evitó tratar el tema con sus padres, quienes lo criaron y lo formaron como persona.

SORPRESAS DE LA VIDA

Pero la vida te da sorpresas. Hay que saber esperarlas. Sin proponérselo por entonces, Darío logró llenar un vacío interior. Fue hace algo más de un año cuando una mujer, amiga de una enfermera llamada Graciela, se presentó a su lugar de trabajo. Ella sabía que una hermana de Darío, la otra protagonista, lo estaba buscando. Conocía la historia a partir de que la enfermera se enteró de la búsqueda a través de las redes sociales.

Fue así como se promovió el encuentro con su hermana Beatriz, en Necochea, donde se encuentra radicada.

En su relato, la hermana de Darío contó que su madre a ella la abandonó cuanto tenía cinco años. Estuvo en distintos hogares de cuidados de niños hasta que a los 12 años fue adoptada por una familia necochense. «Yo seguí viendo a mis hermanos aunque mi madre biológica me contó que el más pequeño de mis hermanos había fallecido. No me cerraba esa explicación porque en la libreta de matrimonio de mis padres figuraba anotado Rubén Darío Mayo. Así fue como inicié la búsqueda a través de las redes sociales. Una mujer que leyó el artículo recordó saber de que estaba hablando y me dijo que creía que mi hermano había sido adoptado por un matrimonio que estaba radicado en la ciudad de Balcarce. Y así fue como se dio finalmente el deseado reencuentro. Fue una emoción indescriptible», contó.

El contacto inicial entre Darío y Claudia fue vía telefónica. Cuando se produjo el primer intercambio de fotografías, ambos no tuvieron dudas: eran idénticos.

LA ALEGRIA DEL ENCUENTRO

Fue entonces cuando acordaron reencontrarse en la vecina ciudad balnearia. «Fue una inmensa alegría. Cuando estuve frente a mi hermana, era como que me estaba viendo a mí mismo. Somos realmente idénticos. Sentí que ella me estaba esperando. Era el destino, esto algún día tenía que pasar», afirma.

La historia de Darío y Claudia esconde una trama de abandono, adopciones por parte de padres ejemplares y una búsqueda por la verdad. Un reencuentro que se dio mediante las redes sociales y que fue suficiente como para provocar el renacimiento del vínculo más cercano.

Del reencuentro en Necochea también participó la media hermana de Darío, quien se domicilia en Ayacucho, con quien también se conoció.

Pero esta historia conmovedora tendría otro capítulo reservado porque Darío y Claudia tienen otros dos hermanos viviendo en esta ciudad y un tercero lamentablemente falleció. «No los conocía. Uno vive a tres cuadras de mi casa y el otro a cinco, a quienes no conocía. Diariamente pasaba por el lugar. A Claudia y a mi nos cambiaron el apellido Diariamente pasaba por el lugar», indicó.

En la charla, Darío no eludió la respuesta cuando se le preguntó si conocía la historia de sus padres biológicos. Sabe que su padre murió y que su madre, con más de ochenta años, vive. «La persona que a mi me tuvo, no existe. Abandonó a mis cuatro hermanos y a mí. Lo iba haciendo de a uno. Incluso en mi caso dijo que había fallecido. No tengo ningún interés en saber de ella más allá de conocer que cuando rehizo su vida, tuvo otros dos hijos. Mi verdadero padre y mi verdadera madre son quienes cuando tenía tres años me adoptaron. Por eso llevo el apellido De Santis. Lo que soy como persona, reitero, se lo debo a ellos. Ahora con mis hermanos queremos vivir con intensidad todo los que nos quitaron. El amor fue más fuerte y la sangre también, y eso ayudó a reencontrarnos», concluyó.

La vida los separó cuando eran niños,  pero el amor los volvió a juntar de grandes